La cervecería Antonio de Calatayud es uno de esos lugares en los que la familiaridad es recíproca a ambos lados de la barra: los clientes llaman por el nombre a los camareros y estos conocen los gustos de los parroquianos antes de que tomen asiento sobre el taburete o en una de las mesas. No es para menos. En sus 35 años de trayectoria, muchos lo consideran como su "segunda casa". Así lo reconocen Víctor y Ana Belén Alonso Ochoa, que junto a su hermano Sergio, son la segunda generación que regenta este negocio ya emblemático de la ciudad bilbilitana.

"El negocio ha crecido poco a poco. El balance de todos estos años es muy positivo", confiesa Víctor, enfundado en la característica camisa de cuadros. Para Ana Belén, ese componente humano tiene un papel destacado: "Aquí nos cuentan penas y glorias. Como nos dijo el sacerdote para Santa Marta, muchas veces cumplimos una función de psicólogos", valora. Tanto ellos como Sergio fueron entrando al negocio de forma "progresiva". "Tenía 13 años cuando lo abrieron nuestros padres y me acuerdo perfectamente de ese día", dice ella.

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Ambos llevan ya 20 años allí y recuerdan que los inicios "fueron muy duros a la hora de trabajar". "Mi padre, Antonio, trabajaba en otro sitio hasta que decidió hacerlo por su cuenta. El primer año, él en la barra y ella -Ángela- en la cocina, se lo pegaron sin descansar ni un día, ni vacaciones", explica Ana Belén. No paraban ni para los días de las Fiestas de San Roque hasta que su padre, estableció esos días como descanso 'obligatorio'. Fuera de esas fechas, la puerta siempre está abierta.

Su carta -con casi un centenar de referencias distintas entre platos combinados, tapas, ensaladas, raciones, hamburguesas y bocadillos- ha evolucionado y a la vez mantenido su esencia. De todas las comandas, hay una que es la estrella, el bocadillo bautizado como ‘lomo loco’, a base de lomo, beicon, tortilla, queso y jamón de york. "De diez bocadillos que se piden, seis son de lomo loco", explica Ana Belén.

Acerca del sobrenombre, recuerda que el ‘bautizo’ llegó en los tiempos del Instituto Politécnico del Ejército, hoy Academia de Logística. "Siempre venían cuadrillas de alumnos y en una de ellas siempre pedían los mismos ingredientes. Hasta que un día lo nombraron así y así se quedó", detalla. Los rollitos de jamón york y queso y el bocadillo ‘extintor’ (lomo, huevo, queso y salsa) son otras de las peticiones más recurrentes. "El nombre de ‘extintor’ se lo puso un amigo, al poco de entrar yo aquí", apunta Víctor.

Un antes y un después. En toda esta historia, como en la de muchos otros negocios de hostelería, la pandemia marcó un punto de inflexión. "Estábamos trabajando diez personas y cinco meses antes habíamos comprado el local de al lado porque teníamos demanda", rememora Ana Belén, responsable de los fogones. Durante el confinamiento, ella y Víctor tuvieron un permiso especial por el que atendían las cenas, y las comidas de los fines de semana, del personal del cercano centro de salud.

Ya de vuelta, han podido recuperar todos los puestos de trabajo y ampliado el local. «Nos hemos recuperado y eso es porque la gente ha seguido con nosotros», indica Víctor.

¿Dónde está Cervecería Antonio?

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