gastronomía

Una cocina románica a los pies del Moncayo

La antigua cocina del monasterio de Veruela tiene acceso al huerto y se comunicaba con los refectorios a través de dos pasaplatos.

Foto de Monasterio de Veruela
Foto de Monasterio de Veruela
Laura Uranga

Veruela, el primer monasterio cisterciense de Aragón se erigió en el siglo XII al cobijo del Moncayo. De entonces data la cocina de este complejo, que se estima que es "una de las dependencias más antiguas", ya que los monjes comenzaban a construir primero aquellas estancias más imprescindibles y en este caso lo era, ya que tenían que alimentarse para continuar con su trabajo y oración.

A pesar de su solera, hace 50 años esta cocina medieval estaba en funcionamiento de la mano de los jesuitas, moradores del monasterio hasta 1973. "Hay señores mayores de Vera que recuerdan la chimenea o una pila de agua, por su cercanía con el aljibe del claustro", señala Noelia del Río, una de las guías turísticas de este edificio que es monumento nacional.

"La cocina es donde mejor se aprecia el románico del monasterio, esa construcción más primitiva de robustos muros, ventanas estrechas y muy poca luz", la define Del Río. No obstante, existe poca información sobre esta cocina, por lo que cualquier vestigio o marca se utiliza para bocetar lo que fue en tiempos.

Del Río apunta a los cinco orificios en la bóveda que se utilizaban como extractores de humo, algún resto del hogar y unas marcas de vigas que apuntan que hubo un segundo piso, un altillo que pudieron utilizar como pequeña despensa. Además, si se siguió el patrón de otros monasterios cistercienses, habría una chimenea central que pudo ser eliminada para instalar otra lateral. La existencia de esta segunda la avala una ilustración de Valeriano Bécquer, tal y como recuerda Noelia.

"Uno de los elementos más curiosos que se ha conservado ha sido el pasaplatos, para llevar la comida de la cocina al refectorio sin dar la vuelta por el claustro –indica Del Río–. No es frontal, sino que tiene una singularidad forma de recodo, eso se podía deber a que la cocina era la única dependencia que compartían monjes y legos, una comunidad que residía en el monasterio y que asumían unas normas de vida similares a los monjes, pero no iguales". Al ser en recodo, los conversos –como también se les denominaba– no podían ver lo que ocurría en el refectorio de los religiosos, así se mantenía la intimidad.

En cambio, en la pared opuesta se descubre la marca de lo que pudo ser el otro pasaplatos, que daba al refectorio de los legos. Sobre el plano, esto dibuja una cocina central entre ambos comedores, donde cocinaban los semaneros controlados por el cillerero.

Otro de los espacios colindantes era el huerto, para autoconsumo de los monjes. "Su dieta era muy estricta, como dictaba la regla de San Benito", detalla Noelia del Río. En ese documento se concreta que podían degustar "dos manjares cocidos", en función de la salud de los monjes, ya que si alguien no podía tomar uno, comiera del otro. Además, "si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero". En cuanto al pan, podían disponer de una libra (453 gramos). "Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos", dice también el libro.

De las manos de Valeriano Bécquer salió una estampa que la describía, pero se considera que no fue la cocina de la que comieron entonces. "Con la desamortización de Mendizábal la zona medieval se abandonó. El monasterio pasó a manos del Estado y se reutilizó como hospedería entre 1844 y 1877 –relata Noelia–. Fue entonces cuando la familia Bécquer estuvo en Veruela". La zona de alojamientos se centró en la parte barroca, determina la guía, pero se desconoce dónde estuvo esta otra cocina, si la hubo.

La antigua cocina del monasterio de Veruela es una estancia muy valorada, a pesar de sus incógnitas. Cuando se escucha su historia es fácil imaginar a un Fray Perico con delantal.

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