Intereses cruzados e intereses comunes

En las negociaciones abiertas entre General Motors y el grupo PSA los objetivos para afianzar la alianza o alcanzar una fusión son muy distintos para los protagonistas.

Carlos Tavares, el portugués que dirige PSA Peugeot Citroën, artífice de la vuelta a los beneficios del grupo en 2015 tras una dura etapa de pérdidas y ajustes, querría dar un paso adelante en cuanto a logros obtenidos y poder superar con la compra de Opel a Renault como primer productor francés de automóviles y convertirse en el segundo en Europa detrás del grupo alemán Volkswagen. El Gobierno francés, con el 13,7% del capital de PSA, vería con buenos ojos la operación, siempre que se garantice el empleo en la compañía.

Mary Barra, la presidenta de General Motors, primera impulsora de los mejores resultados de la multinacional en su historia –registrados en 2016–, a pesar de los números rojos de su filial europea Opel, podría no ver con malos ojos la salida de la firma estadounidense del Viejo Continente después de tantos años de pérdidas dejando los negocios aquí a un fabricante fuerte y consolidado, nada qué ver con aquella operación de venta –felizmente frustrada– a un consorcio liderado por la auxiliar de automoción Magna y el banco ruso Sberbank, si bien hay avances tecnológicos desarrollados en Alemania que no le gustaría perder.

A los intereses que pueden tener las dos grandes corporaciones y quienes las lideran se contraponen los de las empresas filiales directamente afectadas por el alcance de esa revisión de la alianza de PSA y GM en Europa, entre ellas la de General Motors España y su fábrica de Figueruelas, que es lo mismo que decir la economía aragonesa. Lo que más preocupa, evidentemente, es que se pueda materializar la compra de Opel por PSA, operación que preocupa en todos los países con presencia de GM, aunque en Alemania más que en ningún otro.

La eventual venta de Opel, que siempre se ha considerado una empresa alemana –lo insisten en su publicidad– pese a que desde 1931 es 100% de la estadounidense GM, es en el país de Angela Merkel una cuestión de Estado. Así lo hizo notar la propia canciller en su día con las negociaciones con Magna y así se está constatando estos días. La ministra alemana de Trabajo, Andrea Nahles, reconoció ante los medios el miércoles que el asunto había sido tratado en la reunión del gabinete y que la prioridad del Ejecutivo alemán es mantener las plantas del país.

Y es precisamente el futuro de las fábricas lo que más preocupa en cada país. A priori, por costes y por competitividad demostrada en años, las de España (Figueruelas) y Polonia tienen más garantías de futuro que las alemanas y británicas. En Zaragoza, de hecho, ese es el discurso, según han manifestado tanto el director de la planta, Antonio Cobo, como el presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán, y su consejera de Economía, Marta Gastón. En esa tesitura, Karl-Thomas Neumann, presidente de Opel, tiene una posición más difícil, la misma que el líder de sus trabajadores, Wolfgang Schäfer-Klug, que hoy dará información a los empleados.

Entre las filiales de PSA, la visión es distinta. En el Polo Ibérico del grupo, con Vigo como punta de lanza, la suma de Figueruelas puede beneficiarles. Frédéric Puech, un hombre de la casa, está muy bien posicionado.

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