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Real Zaragoza: entre el juego y los resultados

El Real Zaragoza sigue sin vencer y acumula dudas por este lado, pero su juego gana crédito, intención y determinación. Sometió al Oviedo con 19 remates en un buen partido y exhibió que su fútbol tiene pulso

Foto del partido Real Zaragoza-Ovierdo de la jornada 14 de Segunda División, en La Romareda
Foto del partido Real Zaragoza-Ovierdo de la jornada 14 de Segunda División, en La Romareda
Toni Galán

El Zaragoza solo ha ganado un partido de los últimos nueve y suma cinco jornadas sin vencer en La Romareda. Son los datos fríos, crudos e inapelables de la historia, unos números capaces de acorralar a cualquier entrenador y ponerlo sobre la mesa de todo tipo de debates. Sin embargo, el Zaragoza, aunque suene a disparatada paradoja, está mejor que hace cuatro semanas. No lo dicen sus resultados pero sí lo dice la temperatura de su juego y de su madera competitiva.

Frente al Real Oviedo, el equipo de Fran Escribá entregó todo aquello que se le venía exigiendo cuando las primeras dudas sobre el contenido de su fútbol se le abrieron en el casco de la nave: generó juego, produjo llegadas, hiló jugadas, tuvo intención y volumen ofensivos, desplegó personalidad con la pelota… Hasta 19 remates realizó el Zaragoza sobre la portería de Leo Román. Se cargó, en este sentido, de argumentos para el medio plazo. Sin embargo, aunque su fútbol emite pulso, ahora no encuentra las arterias de la victoria. Es la eterna dicotomía entre dos realidades tan disociables, pero a su vez tan relacionadas como el juego y los resultados: al Zaragoza, esta dualidad se le ha envenenado. Si en sus primeras gloriosas cinco jornadas, su juego no era tan entero, ahora la moneda se le ha dado la vuelta. Ahora, son los resultados la materia incompleta.

Por eso la sensación en La Romareda fue la que fue: impotencia y resignación. No hubo ni un reproche ni una censura generalizada a Fran Escribá. El entrenador está perdiendo el pie de los resultados, pero tiene razones con las que defenderse: el Zaragoza de los últimos cuatro partidos, en juego, siempre superó a sus rivales excepto al Eibar, a quien le llegó a poner el partido en 2-0 al descanso. Los fallos individuales y puntuales, como en Gijón o contra el Alcorcón, o los problemas para administrar las rentas, como frente al Eibar o el Burgos, han sido el látigo que le ha castigado. Pero el equipo ha ganado en intención, discurso y lectura de los partidos. Ahora tiene aquello que tanto se le ha reclamado.

El 4-3-3 le ha mejorado. Le ha naturalizado y potenciado los perfiles de varios de sus mejores futbolistas. El Zaragoza, contra el Oviedo, interpretó el sistema con dinamismo, ritmo y cierta verticalidad. Descansó menos la pelota entre centrales, aun con los problemas de salida de Jair o Marc Aguado, a quien le cuesta hacer que el equipo señale el norte. Uno de sus clásicos pases de seguridad casi crucifica a Rebollo como crucificó a Poussin: el francés tuvo menos fortuna.

El partido dejó el regusto amargo de las derrotas porque llueve sobre mojado y porque el triunfo se celebró metido en la bolsa con ese gol a medias entre Francés e Iván Azón que el VAR neutralizó con acierto. Hay veces que los goles anulados duelen más que los recibidos. Y así se quedó La Romareda cuando le arrebataron el festejo: como si le hubieran arrancado del corazón algo que se entendía merecido y valioso. No queda otra que confiar en que el camino del juego conduza al destino de los resultados. Para Escribá, esa debe ser la salida. Ahora, el reloj juega en su contra.

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