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Fran Escribá se queda sin defensa

El Zaragoza ha encajado siete goles en las últimas tres jornadas fruto, principalmente, de errores individuales y evitables. Su formidable rendimiento defensivo de comienzo de temporada y base de la propuesta del entrenador se ha derrumbado.

Fotos del partido Real Zaragoza-Eibar en La Romareda.
Fotos del partido Real Zaragoza-Eibar en La Romareda.
Toni Galan

El Real Zaragoza que al descanso del partido contra el Eibar ganaba por 2-0 cumplía a rajatabla el ideal de Fran Escribá: la portería propia imbatida y una eficacia sobrenatural en el área rival, con dos goles marcados en un partido en el que no había generado peligro para tanto botín y en el que su fútbol no había sido tan netamente superior al del rival. En ese sentido, el Zaragoza se asemejó a aquel martillo de las primeras jornadas que dominaba las áreas: eficiencia en la propia y máxima efectividad en la contraria. Sin embargo, la gran diferencia la trajo la segunda mitad: el Eibar tradujo su mejor juego en goles y el Zaragoza se abrió en canal, entre deslices defensivos con nombre y apellido (Jair Amador o Lluis López) y la sublime capacidad de acierto de un especialista en el arte de los golpes francos (Aketxe). En esa debilidad, cristaliza el contraste entre el Zaragoza de puño de hierro y mandíbula de mármol de las primeras jornadas y el Zaragoza vulnerable y descuidado de las últimas.

Son los desaciertos individuales la principal mancha de un equipo al que se le han ensuciado los números defensivos. Si en las seis primeras jornadas solo encajó dos goles y se constituyó como un equipo de defensa poderosa y ejemplar; en las seis siguientes (una victoria tan solo), ha recibido nueve. De promediar 0,3 goles encajados por partido ha caído a 1,5: es decir, el Zaragoza encaja cinco veces más ahora que hace algo más de un mes.

Sin embargo, el sistema defensivo del equipo no ha colapsado como tal. Aunque el Zaragoza encaja ahora muchos más goles, no recibe muchas más ocasiones o le generan muchas más situaciones de peligro. Como ejemplo, en las seis últimas jornadas la métrica de los goles esperados en contra (estadística que mide, además de la cantidad, la peligrosidad de los remates del rival) apenas ha empeorado: ha pasado de 0,7 en los seis primeros partido a 0,9 en los siguientes. Tampoco le disparan más. Al contrario: al Zaragoza, en el tramo de seis jornadas iniciales, le tiraron 12,5 veces por partido. Después, el promedio ha bajado a 9,5. Sin embargo, encaja más goles.

Una muestra es muy reveladora. En los tres primeros partidos de Liga, el Zaragoza recibió 36 remates: Villarreal (11), Valladolid (11) y Tenerife (14). No recibió ningún tanto en esos encuentros y selló su portería. En cambio, en las tres últimas jornadas, le han rematado menos, 34 veces, pero ha encajado siete goles: el Alcorcón le metió dos goles con 11 disparos totales (solo dos a puerta), el Sporting le anotó dos con 13 tiros (cuatro a puerta) y el Eibar le hizo tres con 10 remates (seis a puerta).

Al Zaragoza le disparaban algo más en los primeros partidos, pero esos tiros rivales eran menos peligrosos, más lejanos, mejor defendidos en el área con bloqueos y en situaciones menos ventajosas. La diferencia ahora, más allá de que, como en Cartagena, se vayan a la madera o unos centímetros más abajo o arriba (gol por la escuadra de Aketxe), es que el Zaragoza da más facilidades de tiro. La clave de este empeoramiento defensivo está, fundamentalmente, en el error individual, tan presente en el fútbol. Los tres últimos partidos son sintomáticos: frente al Alcorcón, dos errores en la salida de balón con Poussin, Grau y Marc Aguado involucrados costaron dos goles directos. En Gijón, está todo ya dicho sobre el decisivo fallo del portero francés regalando el tanto del empate. También falló en el primero Toni Moya aunque la jugada de ese gol tuvo más secuencias en las que se pudo resolver el problema. Y frente al Eibar influyó un error de marca y posicionamiento de Jair en el segundo gol (además de que pudo evitarse la falta que dio lugar al tanto de Aketxe cuando sabía que estaba en el campo el mejor tirador de golpes francos del fútbol español).

Pero hay más desaciertos de los llamados evitables en el tramo más reciente: la descoordinación en la salida de balón entre Aguado y Mouriño en el gol del Racing de Santander o la mala fortuna de Jair al meterse en propia puerta contra el Mirandés.

Un carrusel infausto que ha emborronado el libro de estilo de Fran Escribá, quien no ha dejado de poner el énfasis en las medidas defensivas y en la protección de su portería como palancas del rendimiento: un equipo consistente, fiable y eficiente en su área; de riesgos mínimos, precauciones, contemporización y seguridad en los tramos medios; y eficaz, con pegada, y resolutivo gracias a sus hombres de arriba en el área rival. Todo eso se ha venido abajo. 

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