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Análisis del Real Zaragoza: un lavado de cara con el 4-3-3

El cambio de propuesta táctica contra el Sporting le devolvió al equipo su mejor fútbol y le marca una dirección.

Fran Escribá da órdenes a Jaume Grau en Gijón
Fran Escribá da órdenes a Jaume Grau en Gijón
Prensa 2

Debajo del polvo amargo y de la lava enfriada que dejó el volcánico y desolador final de partido contra el Sporting; el Zaragoza encontró una botella con un mensaje. El cambio de sistema y de propuesta táctica introducido por Fran Escribá en Gijón funcionó como un mapa del tesoro. El novedoso 4-3-3 le lavó la cara por completo al equipo y le devolvió su mejor fútbol. Si el Zaragoza quiere llegar lejos, encontró en Gijón la fórmula, el manual, con el que hacerlo. Su fútbol cobró todas las garantías perdidas en el mes anterior.

Las recuperó con una reforma táctica que le dio a su juego frescura, intención, dinamismo, sentido, claridad, aplomo y amenaza. Escribá aparcó, al menos de momento, el 4-4-2 que había encorsetado al equipo, negándole todas aquellas capacidades que florecieron en Gijón. El Zaragoza produjo un copioso flujo ofensivo y creativo, su principal carencia de las semanas previas. Hasta 13 veces remató el conjunto aragonés, muy mejorado y corregido.

Su crecimiento se reveló frente a un rival poderoso, de fútbol bien articulado y trabajado. El Zaragoza fue igual de competitivo que otros días de juego más inofensivo, pero con una mayor pulsión atacante, una mejor lucidez en la construcción y una incrementada capacidad para generarle peligro y complicaciones al rival.

La base del cambio al 4-3-3 fue acercar a muchos futbolistas a sus espacios innatos. El Zaragoza, en consecuencia, se movió con un orden más natural, más coherente, más ágil y más fluido. Futbolistas como Marc Aguado, Maikel Mesa, Germán Valera o Manu Vallejo desarrollaron su juego con las funciones y en las zonas donde más lucen sus mejores esencias como futbolistas. El equipo lo notó: fue menos rígido, horizontal, previsible y dogmático. Supo progresar el juego y hacerlo más vertical gracias al pase y la conducción (Grau se destapó en esta faceta), a una mejor organización, a tener jugadores en más alturas diferentes y escalonados. El Zaragoza creció en profundidad y movilidad. La pelota circuló. El equipo se plató más y mejor en campo contrario. El triángulo central con Marc Aguado, Grau y Maikel Mesa se repartió los roles de forma más racional y le dio al equipo más control y estabilidad. También le permitió robar más arriba, más cerca de la portería rival, restándole metros a recorrer y evitando así que el equipo se partiera en dos cuando había que atacar como en anteriores partidos.

Maikel Mesa exhibió como tercer volante un nivel sobresaliente y productivo en lo colectivo, imponiendo su juego de conexiones interiores y llegada a gol. Aguado, como mediocentro posicional, tuvo más compañeros por delante con los que asociarse y encontró mayor refugio para robar. Valera, por su parte, desbordó más cerca de la portería. Los centrales pudieron superar presiones desde el pase a la espalda de los medios rivales. Los laterales subieron mejor y se defendieron con más apoyos cercanos…

El Zaragoza siguió dándole a su juego un ritmo bajo, controlador y flemático, pero con otras intenciones. Todas las relaciones dentro del campo parecieron lógicas y estructuradas. En el 4-3-3, halló Fran Escribá una posible salida de futuro al rendimiento decadente del equipo. Muchos de los mecanismos y comportamientos de este sistema son similares al rombo con el que el Zaragoza había dejado buenos destellos en sus primeros partidos o en Andorra. A cambio de perder el mediapunta y un delantero y ganar dos extremos, el equipo es menos vulnerable en los costados del campo y también gana profundidad exterior. Al Sporting, además, le causó una superioridad táctica en la zona clave del centro del campo, sumando un hombre más con la pelota, y neutralizando al liberado Gaspar Campos y controlando a Roque Mesa cuando se defendía. Aquí ganó Escribá la batalla de la pizarra.

La plantilla está direccionada desde su composición a jugar con un 4-4-2. Escribá ha insistido en ese camino, pero el equipo no se ha adaptado a ciertas medidas forzadas. Tampoco ha ayudado la baja de Francho, cuestión que desliza la pregunta de por qué un plan de juego y toda una política de fichajes puede depender tanto de un solo futbolista. 

Los sacrificados del nuevo sistema son los delanteros. Bakis y Enrich -dos puntas con pedigrí en la categoría- se quedaron sin jugar en Gijón. Escribá ya ha advertido varias veces que los dos delanteros incrementan la capacidad ofensiva. Pero en el fútbol, muchas veces, dos más dos no son cuatro. No se ataca ni más ni mejor con más puntas reunidos: los centrocampistas son también una buena guía desde donde poder hacerlo. El Zaragoza de Gijón es la muestra.

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