Los indelebles vestigios del centenario Iberia S.C.

Edificios de viviendas, un centro cívico y un pequeño parque ocupan desde principios de los años 90 el solar del estadio de Torrero, la ‘catedral gualdinegra’

Aspecto actual del solar que ocupó el estadio de Torrero, en una vista similar a la que se divisaba desde lo alto de la gradona principal, la de la calle Lasierra Purroy. En lo que fue el medio del campo está ahora el Centro Cívico de Torrero.
Los indelebles vestigios del centenario Iberia S.C.
Toni Galán

Las últimas piedras, las últimas estructuras de hormigón del campo de Torrero, el antecesor de la actual Romareda, desaparecieron definitivamente en los últimos meses de la década de los ochenta del siglo pasado, hace casi 30 años. ‘La catedral gualdinegra’, como fue conocida en el mundillo del fútbol zaragozano desde sus primeros años de vida, todavía se había mantenido en pie, total o parcialmente, durante trés décadas después de haberse abandonado como coliseo del fútbol de máximo nivel en Zaragoza. Hoy en día, de aquel estadio solo queda el recuerdo y la pastilla urbanística que ocupó, un rectángulo casi perfecto que circundan las calles Lasierra Purroy y Honorio García Condoy, en lo que fueron las tribunas largas, y las rúas del Doctor Pascual Oliver y Monzón en lo que fueron sus fondos o goles.

Después de 30 años de deterioro progresivo, una vez que el Real Zaragoza se marchó en septiembre de 1957 al nuevo y, entonces, moderno campo de La Romareda, aún jugarían allí varios equipos de la ciudad, principalmente del barrio. Lo hizo el incipiente Deportivo Aragón de mitad de los sesenta. También el Olímpico de Torrero, de Regional. Allí se celebraron actos sociales, como comuniones multitudinarias bajo la tutela de la vecina parroquia del Buen Pastor. Durante los setenta y los ochenta, todavía se podía pasear por su exterior y rememorar las tardes históricas en la que miles de zaragocistas acudieron a ese punto alto de la ciudad para ver a los Di Stéfano, Puskas, Kubala, Kocsis, Zarra, Zamora, Puchades, Kopa... Esa gradona alta, vertical, enorme, que se levantó en 1950 en Lasierra Purroy para ampliar el aforo hasta los 20.000 espectadores cuando el Real Zaragoza se instaló con cierta solvencia entre los mejores tras sus difíciles comienzos y cuando el viejo diseño del campo original, que habían construido en propiedad los emprededores socios del Iberia Sport Club, se había quedado pequeño ante el empuje del equipo zaragocista.

Ahora, toca echarle imaginación. O sacar de la parte trasera del cerebro de quienes conocieron la instalación los viejos recuerdos de juventud o niñez para establecer las marcas, medidas y dimensiones de lo que fue y ya no es. En su lugar, se construyeron dos grandes urbanizaciones de pisos. Una, de ladrillo cara vista blanco, en Lasierra Purroy, donde estuvo la tribuna principal. Otra, de vista colorada, en el fondo de Pascual Oliver. En medio, donde se marcaba el centro del campo, ahora está el Centro Cívico de Torrero. Y a su alrededor, un pequeño parque, con césped y una pequeña laguna artificial, con acceso a pie de calle desde García Condoy y Monzón. La hierba verde sirve de indicativo de lo que en su día fue el terreno de juego que pisaron las grandes figuras del fútbol español del momento. Puede soñarse con sacar un córner, o con dar un pase en profundidad hacia aquellas porterías con hierros para sujetar las redes, con los largueros combados de madera…

El terreno de juego de Torrero medía 105 por 68, dimensiones exigidas actualmente en el reglamento de las competiciones de la FIFA. Un campo grande rodeado de unas pequeñas tribunas muy presionantes, encima de las rayas, sin espacio perdido por ningún lado. Detrás de un fondo, junto a los vestuarios, se construyó la primera piscina de Zaragoza. Y un velódromo, después desaparecido por la urbanización y crecimiento del barrio, que iba de la mano de otro campo de fútbol de tierra, el que ocupó el ya histórico club San Antonio.

De tierra fue Torrero en sus primeros dos años de vigencia. El campo se inauguró en octubre de 1923, por lo que al dejarlo el Real Zaragoza en el verano de 1957, cumplió 34 años de servicios al balompié de élite en la capital aragonesa. Nueve como feudo del Iberia y 25 ya con el Real Zaragoza como titular único y referencial de toda la ciudad.

Torrero se inauguró el 7 de octubre de 1923 con un Iberia-Osasuna, que ganaron los navarros por 1-4. Cuando se sembró la hierba, en 1925, el hecho se celebró como un acontecimiento extraordinario, de impacto nacional. El corte de la cinta se llevó a cabo con otro amistoso emblemático, ante el Arenas de Guecho (0-2), el 29 de noviembre de 1925. Ahí, en ese solar que siempre rezumara zaragocismo gracias a la matriz del Iberia Sport Club, el fútbol se hizo grande en Zaragoza. Ahí se disputó una final del Campeonato de España, la de 1927, que ganó el Real Unión de Irún al citado Arenas de Guecho por 1-0. Y también tuvo lugar un partido amistoso de la selección española absoluta, el 14 de abril de 1929, que concluyó con un histórico España 8-Francia 1, con el presidente de la FIFA, Jules Rimet, en el palco zaragozano.

El estadio de Torrero fue una de las muchas aportaciones del Iberia S.C. a la nueva vida del Real Zaragoza cuando se consumó la fusión con el Zaragoza C.D. en 1932 y, por derivación de aquella unificación de todos los aficionados de la ciudad (y de la región, por extensión posterior), se convirtió en un lugar de culto que puso a Zaragoza en el mapa del fútbol español e internacional paso a paso. Lugar de ascensos, de remontadas, de victorias históricas para un club que empezaba… Un todo.

Desde finales de los ochenta ya no queda una sola piedra, ni una señal, ni un recordatorio. Pero darse una vuelta por el lugar sigue siendo un ejercicio recomendable para sacar a pasear el pensamiento, la ilusión y las emociones de quienes siguen mirando el fútbol más allá de la modernidad del negocio puro y duro, de la mercadotecnia, del mercantilismo. Nada de todo esto que hoy rige en el fútbol mundial sería posible en Zaragoza sin Torrero, sin el Iberia Sport Club, sin el emprendimiento de miles de zaragozanos que hicieron de esta historia algo muy grande con el paso de muchas décadas.


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