Academia General Militar: preparados para el nuevo mundo

La Academia General Militar cumple mañana 90 años, convertida en un centro de formación universitaria y castrense muy avanzado para formar a miembros del futuro Ejército de Tierra.

La biblioteca de estudio de la AGM.
La biblioteca de estudio de la AGM.
Aránzazu Navarro

Dos inmensos jardines algo olvidados se abren en pasillo para acoger la entrada de la Academia General Militar. Un universo diferente al que estamos acostumbrados, muy metódico, donde se prepara a quienes dirigirán el Ejército de Tierra. Jóvenes de hoy en un mundo marcado por el orden y la disciplina, y muy exigente. A los que se forma para dar respuesta a todas las amenazas de este mundo complejo y cambiante; jóvenes que comprenden esos casi intangibles y hasta utópicos ‘salvaguardar a España’, ‘ayudar’, ‘servir’. Ideales con los que 1.072 cadetes se forman en una institución que celebra mañana 90 años desde que está ubicada a las puertas de Zaragoza, y 135 desde su creación. En el 2017 se preparan para hacer frente a un mundo globalizado en todas su manifestaciones. Jóvenes a los que se ayuda a definir el significado de una vocación, la de ser militar en una sociedad tremendamente civil. "El mundo a día de hoy es más inestable, con más conflictos en los que hay que intervenir más y más en profundidad, y ahí se ve para qué servimos. La gente lo ha visto y ha cambiado su percepción sobre las Fuerzas Armadas en los últimos años, sobre todo desde que comenzamos a salir en misiones internacionales, porque la vocación de servir, de ser útiles en lo que se nos ordene, siempre ha estado ahí", explica Ignacio Alonso Duque, de 39 años, cadete alférez de 4º curso, un tipo con las ideas claras y una fuerte vocación que le llevó, al no superar las pruebas de acceso de la Academia en 1996, a hacerse dos años después soldado profesional, "hasta 2009, en que adquirí la condición de sargento. En 2012 ingresé en la Academia, después de que en 2010 el nuevo plan de estudios abriera la puerta al ingreso de suboficiales": apenas una veintena por año, los mejores. Para ello, tuvo que renunciar a su carrera militar, que dice que retomará. Le gustaría poder ser profesor en la Academia y aunar así sus dos vocaciones: la docente y la militar. "Lo que más me ha costado ha sido coger un ritmo continuado de estudio, porque, aunque tengo a medias las carreras de Magisterio Infantil y Educación Física, las he ido sacando poco a poco". A este padre de una hija, a quien se le permite salir cada día a dormir a su casa, le escuchan con atención Cristina González-Montagut y Juan José Mariño, dos cadetes de primer curso que aún no saben cómo explicar qué es lo que les ha llevado a meterse en una vida que estará marcada por la formación constante y la disciplina permanente; que para alcanzarla, aún deberán adquirir durante años una intensa formación intelectual y física; obtener un título de grado en Ingeniería de Organización Industrial, más sus estudios militares que finalizan como tenientes, e Inglés: casi un tres en uno en chavales que tienen que darlo todo para poder acceder a esos pasillos. Porque desde 2009, con la reforma de los planes de estudio, se añadió al centro clásico de enseñanza militar el Centro Universitario de la Defensa (CUD), adscrito a la Universidad de Zaragoza, en el que imparten clase 96 profesores civiles y 4 militares. Ello significa que para poder entrar hay que superar, y con éxito, la selectividad: el pasado año, la nota de corte quedó en 11,248 para la AGM. Muchos lo intentan varias veces hasta lograr su ingreso, como la cadete Cristina González-Montagut, o la alférez Elvira Barbasán Valverde (de Artillería), ya en 4º curso y que explica, con la mirada llena de ilusión, que "hasta que no salga de misión, no sentiré del todo mi vocación".

Investigación

Antonio Elipe, director del CUD, destaca que "la profesionalidad de los docentes es más elevada que en la mayor parte de centros propios de la Universidad, porque la selección es muy exigente: ha de ser docente, pero también investigador. Un objetivo importante es que el CUD sea capaz de generar conocimiento". "Para mí, no hay diferencia entre investigación civil y militar. Hay buena y mala investigación. La misma puede tener usos militares y usos civiles. Un ejemplo es el GPS, que surgió como aplicación militar para situar a las tropas; o internet, otra aplicación militar, con el fin de comunicarse sin recurrir a las salas de comunicaciones durante la guerra fría". Así explica cómo, junto con el Instituto de Nanociencia en Aragón (INA), se trabaja en una nariz electrónica, cuyo objetivo será detectar explosivos, "pero que puede utilizarse también en un aeropuerto".

El grado de Ingeniería de Organización Industrial fue decidido por el jefe del Estado Mayor del Ejército. No fue imposición de la Universidad, sino que se definió tras decidirse las competencias que debe tener un teniente y qué estudios necesita para conseguirlos. "El teniente maneja alta tecnología: electrónica, informática, ciberdefensa, ciberseguridad, radares… Los carros de combaten tienen lo último en tecnología y parece lógico que tenía que ser una ingeniería lo que aquí se impartiera", explica. El profesorado ha sido contratado por el CUD y un requisito indispensable es que sea profesor universitario. "Tenemos 96 en plantilla, 89 de ellos son doctores y 76 tienen la acreditación de profesor contratado doctor o de titular de la universidad", puntualiza.

Alberto García Martín es uno de ellos. Es profesor de Sistemas de Información Geográfica y Teledetección desde 2012 después de opositar para ello. Desde 2008 ejerció en la Universidad de Zaragoza como profesor asociado. Curiosamente, aunque hijo de guarda civil, nunca había sentido vocación militar. "Soy muy civil, pero ver uniformes, la formación, el saludo, la disciplina no me eran ajenos, incluso viví en casas cuartel. Estuve en cinco sitios y siempre recuerdo a mi madre diciendo “esta nevera ha estado en seis casas distintas”, y estar llena de abolladuras por las mudanzas". Imparte las nuevas tecnologías que existen para tratar la información geográfica, y explica que no hay diferencia respecto a la formación universitaria. "El interés es el mismo, si bien aquí parece que hay un poco menos de ausencia porque, aunque es obligatoria la asistencia, hay distintas formas de estar en el aula y se nota que el alumno está centrado y se interesa". Quizá –dice–, porque lo que se imparte es muy práctico y atractivo: el tratamiento de imágenes de satélite. "Lo que hacemos es conocer el territorio, en especial aquel en el que pueda llegar a estar, o esté de hecho, el Ejército español. Podemos trabajar sobre Líbano, Mauritania, Siria... Cada cinco días tenemos una imagen de cualquier parte de la Tierra con una resolución espacial de diez minutos. Algo excelente para poder tomar decisiones en cualquier situación, para el mantenimiento de la paz, para una determinada acción defensiva, ofensiva... Porque para estos profesionales el tiempo es fundamental, ya que puede haber vidas en juego, y aquí formamos oficiales. Ingenieros, pero oficiales del Ejército".

Se les enseña a trabajar con la tableta, el teléfono, todos equipados con GPS, "y hay determinados programas que incorporan imágenes, cartografía, para que sepan dónde están, qué les rodea, y puedan así tomar decisiones y proceder de manera rápida". "Este pasado verano validamos el algoritmo de corrección radiométrica del nuevo satélite que ha mandado la Junta Espacial Europea, el Sentinel 2, porque las imágenes que ofrece tienen que ser trasformadas para relacionarlas con la realidad, y esa tarea la hicimos en San Gregorio".

Desconocimiento

Hablar de ello sorprende por el aún notable desconocimiento que la sociedad tiene sobre el Ejército. Lo sabe bien el caballero alférez cadete David Merenciano, un turolense de 27 años, licenciado en Ingeniería de Montes, bombero forestal desde los 18, máster en Piroecología, que renunció a una beca en la Universidad de Florida de 180.000 dólares (166.000 €) y a todo un futuro en Estados Unidos por hacer realidad su sueño de formar parte de las Fuerzas Armadas. "Fue el dilema moral de mi vida. Tenía que volver a España para pedir la ‘greencard’ (tarjeta verde que se exige a extranjeros residentes en EE. UU.) y tuve que decidir: si aceptaba la beca, tendría después un trabajo fijo y bien remunerado en la Universidad de Florida. Pero debería decir adiós a un sueño que tenía desde niño, que era formar parte de las Fuerzas Armadas". "No fue fácil explicar a mi familia que lo dejaba todo por hacerme soldado, y después hacer promoción interna, porque, aunque podía haber intentado entrar en el Ejército con mi titulación, no me interesaba esa vía". Hoy está en 4º curso en la Academia Especial de Ingenieros, en Hoyo de Manzanares (Madrid) y le gustaría formar parte de la sección de reconocimiento, "es pequeña, de cometidos específicos. Dividida en agua y topografía. Su función es la obtención de información y de reconocimiento de Ingenieros. ¿Peligrosa? Es interesante, permite dar un recorrido a todo lo que se hace en la especialidad. Una de sus funciones es estudiar una ruta con un vehículo y establecer todas las indicaciones técnicas". Además, es tirador selecto y ha ganado competiciones de tiro desde los 14 años. "Es lo bueno de las Fuerzas Armadas, puedes aplicar todos los conocimientos que tienes antes de ingresar en ellas".

La capitán Rocío Martín de la Fuente, a punto de su ascenso a comandante, también batalló lo suyo hace 17 años cuando dijo en su casa que quería ser militar. Esta gaditana, madre de tres hijos de 7 y 4 años y un bebé de meses, casada con un militar, ha pasado por varios destinos hasta que optó a ser profesora de la AGM, y aplazar de momento sus salidas a misiones internacionales, "algo que echo de menos; la última vez aún no era madre. Estuve en Kosovo y Líbano. Ya volveré, ahora tengo la posibilidad de poder conciliar mi trabajo con mi familia. Hay veces que tienes que renunciar a mandar una compañía para poder estar con tus hijos durante un tiempo, lo que no significa que no quiera salir fuera", dice. Al recordar sus palabras a HERALDO en el 75 aniversario de la AGM en Zaragoza, sonríe y dice que "lo mío es vocacional, tenía muy claro lo que quería ser y, después de 15 años ejerciendo, aún me gusta más mi trabajo y mi vida". Fue una de las afortunadas en poder ir a West Point en los primeros intercambios con la Academia Militar de los Estados Unidos, en 2002. "Fue increíble, es una academia que entonces tenía una forma de enseñar diferente a la nuestra. Era como una ciudad, enorme. Poder compartir con otros cadetes ideas, formas de pensar, de vida, fue estupendo y muy enriquecedor". En la actualidad, en el primer cuatrimestre hay intercambio de alumnos con West Point y también con la de Saint-Cyr (Francia).

Rocío enseña a los cadetes salida de campo y topografía, y reconoce que "lo que estudié tiene poco que ver con lo que se da ahora. En estos años la sociedad española ha evolucionado. El teniente que se necesita hoy es diferente, porque las misiones internacionales están enfocadas de otra manera. Se empezó en Afganistán cuando yo estaba en la Academia; ahora estamos en África y los conflictos son distintos. Aquí preparamos para lo que demanda el escenario internacional". Un escenario, en este mundo global, en el que se encuentran las amenazas potenciales para España, por lejano que se vea el integrismo islámico, las redes de la droga, el tráfico de personas, las guerras... Por ello, cuando se les pregunta si estar fuera es dar sentido a su vocación, responden que "es poder ejercer para lo que te estás preparando", dice Rocío. "La segunda vez que salí ejercí como jefe del equipo de desactivación de explosivos, que es lo que me llevó a elegir el arma de Ingenieros. Estar allí con la tropa y los suboficiales, con quienes al final se están jugando la vida; y estás ayudando a la población civil a eliminar municiones..., es un trabajo que llena. Para eso estás preparándote en España en el día a día y ves el fruto cuando sales a una situación internacional de riesgo. Es muy gratificante ver que tienes capacidad para organizar a gente, mandar, en una zona determinada que necesita ayuda. Para mi es el ‘summum’, el fin al que se orienta todo lo que hacemos".

Al cadete alférez Ignacio Alonso, los 18 años que estuvo como tropa y en los que salió en dos ocasiones le cambiaron profundamente. "Estuve en la segunda rotación de Afganistán en 2002, y en Líbano en 2010. Ayudamos a la población civil y para mi fue un choque, sobre todo al ver un país como Afganistán, pero muy enriquecedor. Volví cambiado, mucho más maduro y cambiaron muchas de mis ideas, porque ves lo dura que es la vida, dura de verdad, cómo un niño de 4 años tiene que caminar durante horas para buscar agua. También le diré que mi deseo de servir, de ser militar, salió fortalecido". Misiones que en su opinión son las que han dado a conocer el trabajo de las Fuerzas Armadas. "En 1998 salió el regimiento en el que estaba a hacer unos apoyos y nadie se enteró, ahora no sucedería, y se valoraría. La Unidad Militar de Emergencias (UME), por ejemplo, ha ayudado mucho a visualizar lo que hacen las Fuerzas Armadas, la labor de ayuda". Por ello, al preguntar en qué ha cambiado el Ejército la respuesta es unánime:_lo que ha cambiado es la idea que la sociedad tiene de él, se ha abierto más "porque el concepto que se tenía –dice– era el de las películas, que nos defendía de un enemigo. Yo no creo tanto que haya mentalidad antimilitarista, sino falta de conocimiento de lo que es y lo que hace el Ejército".

Sus palabras las escucha con atención la alférez cadete Elvira Barbasán, una valenciana de 22 años con padre, tío y abuelos militares. "La vida militar me ha gustado, la he vivido y conocido, pero cuando lo decidí no gustó la decisión, quizá porque es una vocación que se ha visto más masculina, que implica mucho sacrificio... y mi padre no quería ese sacrificio para mí. Me costó un año entrar, por la nota, y mi padre ahora sí está muy orgulloso". Ninguno de los amigos de Elvira en Valencia tiene relaciones con militares. Aún no tiene decidido qué destino solicitar, dentro del arma que ya ha elegido, Artillería, "puede que a la Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable (Brilat), en Pontevedra, o a la Legión, en Almería", dice con un brillo especial en sus ojos. Y toca sus cadeteras entrelazadas, un código no escrito que indica que está comprometida.

Ilusión. Elvira fue la instructora del cadete Juan José Mariño cuando llegó a la Academia en agosto pasado, también valenciano y con una cabeza prodigiosa, capaz de sacar un 13,9 en la selectividad y ser ya el mejor de su promoción. A su lado está la cadete Cristina González-Montagut, una madrileña que tardó un año en poder ingresar. Ha entrado con un 11,5, dice, mientras explica que le atrae Caballería y espera que para su promoción, la 76, Helicópteros sea ya un Arma, que es lo que le gustaría.

De familia militar en ambos casos, los dos dicen que sabían a dónde venían. "Mi padre ya era de tradición militar, y yo lo he sentido desde siempre;_desde muy pequeño, cuando llegaba a casa le preguntaba todo", dice Juan José Mariño, quien reconoce que tenía bastante interiorizado el tener que levantarte a las 6, las maniobras, la disciplina... "Es un cambio bastante radical porque no es lo mismo cuando te lo cuentan que cuando lo vives. Al principio te sorprende bastante el hecho de que entra cualquier mando en la camareta (habitación) y te pones en pie cada vez... Con el tiempo lo tienes interiorizado y sale automático". "Me han enseñado que la labor de un mando es instruirnos y le tengo respeto, por eso le hablo de pie, o firmes, y le doy novedades si ha sucedido algo en nuestras camaretas. Pero sí, es mucho cante. Cuando llegué aquí, era empezar a hablar de usted a un alférez que puede tener un par o tres años más que yo, y me ponían firmes y era... ¡puff¡ Pero tardas un par de días en adaptarte", explica Cristina González-Montagut quien reconoce que le ha costado, aun a pesar de saber qué le esperaba, "porque hasta que no estás dentro, no sabes lo duro que es. Porque es levantarte muy pronto y estar una hora limpiando el fusil, o tener una marcha nocturna larga. Tenemos instrucción, deporte todos los días, hay que estudiar y a lo mejor tienes un examen y el día anterior te toca guardia de seguridad. Por eso a los de primero nos llaman ‘pollos’, porque aprendemos a hablar, a andar". "Yo estoy arrestada porque estaba mal hecha la cama. ¿Que cómo se lleva? Se acepta. Me privan de salida el fin de semana, pero este hay que estudiar, así que no supone mucho", cuenta resignada, mientras explica que en su primera salida a casa tenía unas enormes ganas de hablar con su padre y compartir todas sus emociones, recuerda con indisimulada emoción. Y_Juan José dice que a él le pasó lo mismo, que quería "compartir con mi padre todo. Ahora he vivido las historias que él me ha contado". Una vida que les lleva al término de sus exámenes y, sin descanso, a hacer maniobras. "Yo tengo ganas de salir y de hacer lo que realmente será mi dedicación en un futuro", apunta Cristina. "Yo estoy deseando", sonríe Juan José.

Reconocen, eso sí, los abandonos que se producen en los primeros días. "Sí, hubo unos cuantos en el periodo de adaptación –explica Juan José–, quizá porque era gente que no se esperaba un cambio tan radical y pidieron la baja". "Te tiene que gustar esto –dice Cristina–, si no... Lo peor es el campo, porque aquí es como estar en la universidad".

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