Deseo de ser niña

Viaje a los recuerdos de infancia de Zaragoza desde las fiestas del Pilar hasta el Parque de Atracciones... y mucho más.

Los gigantes y cabezudos de Zaragoza hacen siempre las delicias de los más pequeños
Los gigantes y cabezudos de Zaragoza hacen siempre las delicias de los más pequeños
Aránzazu Navarro

La chica encontró una moneda de 25 pesetas con agujero en el fondo de un cajón. Eran las fiestas del Pilar. Llamó al trabajo para decir que no se encontraba bien y ese día se quedaba en casa. Dijo en casa que tenía mucho trabajo y llegaría tarde. Cogió el autobús 38 y se bajó en la última parada de Miguel Servet. Ni rastro de la noria, los tiovivos, los autos de choque, los ponies, la tómbola, el circo, los elefantes, los puestos de algodón rosa pringoso, las luces, la música.

El lugar donde antes se instalaban las ferias era un descampado en el que ahora crecían las zarzas y las cacas de los perros. Pero allá al fondo, junto a un árbol seco había una máquina que emitía luces de colores. Se acercó a ver. Aún se leían las letras desgastadas: "Zoltar speaks". Le sonaba de alguna película. Era una pequeña cabina acristalada con un mago de cartón piedra en su interior. Echó la moneda por la ranura. La figura abrió la boca: "¿Cuál es su deseo?". "Ser niña", contestó sin dudar. Y a continuación, tras unos ruidos como de tos ronca, Zoltar escupió una tarjeta: "Deseo concedido".

Se marchó rápido de allí, un poco asustada, un poco arrepentida. A cada paso notaba cómo la ropa se le hacía más grande o ella más pequeña. En la marquesina del autobús, miró su reflejo en el cristal. No mediría más de 1.40, como cuando tenía 10 años. Arrastraba los bajos del pantalón y la cazadora le quedaba enorme. "¿Dónde vas sola, niña, te has perdido?", le preguntó el conductor. "No, no, estoy esperando a alguien".

Pasaron unos minutos eternos hasta que apareció surcando los cielos. Uno de los leones de bronce del puente de Piedra le guiñó un ojo y ella se subió de un salto a horcajadas. Primero le llevó a un patio de colegio. El partido estaba a punto de empezar, le dio tiempo de ponerse las zapatillas de balonmano, calentar un poco y saltar al campo. Metió dos goles de contraataque y uno desde el extremo. Después comieron en el Burger Rubio’s del paseo de la Independencia, una hamburguesa como las de hace treinta años con patatas fritas y Fanta de naranja. De postre, un helado de chocolate de los Italianos.

Por la tarde sobrevolaron los Pinares de Venecia y se posaron en lo alto del barco Mississippi del Parque de Atracciones. Un empleado simpático le regaló una pulsera y se montó quince veces seguidas en la montaña rusa y una hora en las camas elásticas. Después el león voló hasta la tribuna este de La Romareda. El abuelo Félix le esperaba en su asiento fumando un puro y escuchando un transistor. El Zaragoza de Primera le ganó 3-0 al Madrid.

Cuando ya anochecía, el león le volvió a llevar al final de Miguel Servet. Un hombre trajeado le hablaba a la máquina de Zoltar. Se llamaba Josh, le contó, había venido desde Nueva York. Cuando llegó su turno, la niña metió la tarjeta por la ranura y pidió su deseo al mago. "Hasta el año que viene". Conforme se alejaba del descampado, notaba como su cuerpo se iba estirando, hasta alcanzar los 1,66 y los 39 años. Guardó el secreto y se subió al autobús 38 de vuelta a casa.

PARA LOS MÁS PEQUEÑOS

Caballito de La Lonja


Un niño subido en el caballito que hay junto a La Lonja de Zaragoza. | Oliver Duch

El caballito de la Lonja

Es irresistible. No hay niño que no sucumba al magnetismo de esta escultura de Francisco Rallo que, a la sombra del magnífico edificio de La Lonja, recuerda aquel caballito de cartón que utilizaba el último fotógrafo ‘minutero’ Ángel Cordero García, que retrato a miles de zaragozanos entre 1925 a 1978. Detrás de la Lonja era donde dejaba el caballo, su máquina de fotos y donde tenía su pequeño laboratorio.

Parque de atracciones


Una niña juega en la casa magnética del Parque de atracciones de Zaragoza. | Oliver Duch

El Parque de Atracciones

Para un adolescente zaragozano, la fuerza de la gravedad no se aprende con Newton sino en la Casa Magnética del Parque de Atracciones. A su lisérgica experiencia se añaden otras muchas: las aventuras dentro del barco del Mississippi, los coscorrones en el laberinto de cristal, las posturitas frente a los espejos deformantes, los gritos mezclados con risas histéricas en la cueva del terror, los saludos a los padres a cada vuelta en los coches antiguos o en los caballitos o el vértigo en la montaña rusa...

Motos Parque Pignatelli


Una niña montada en una de las motos del Parque Pignatelli de Zaragoza. | Guillermo Mestre

Las motos del Parque Pignatelli

Cuando se es niño los parques son como inmensos universos por los que viajar en la nave espacial de la imaginación. Pero también se puede volar sobre ruedas. En las motos del Pignatelli. O en el parque José Antonio Labordeta, para todos, el Parque Grande, que es el de las bicis. ¿Qué padre no ha sudado la gota gorda pedaleando con toda la familia subida en las bicis de cuatro?

Ir al especial 'De Zaragoza de toda la vida'.

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