Una de churros

Creo que lo más inteligente que he hecho hoy ha sido despreciar las manzanas de mi almuerzo por un buen pincho de tortilla con el que he matado mi ansiedad, y un café que me ha hecho mover aún más las piernas, en ese tic que se hace insoportable cuando lo percibes. El pincho de tortilla siempre es reparador, porque la tortilla de patata es sinónimo de madre y nada hay más relajante que dejar trabajar al subconsciente en su área más emocional.


Tomármelo me ha sentado de muerte; comer, ya se sabe, equilibra el organismo. Me ha hecho pensar en que quiero que a España le vaya bien en la Eurocopa, porque siempre anima, nos tiene contentos y eleva la autoestima. Porque el fútbol tiende a resolver o a complicarlo todo y por aquí necesitamos sentirnos satisfechos y llenar nuestra mente de otras cosas, ahora que estamos acompañando la época de exámenes o viendo cerrar etapas vitales, porque acaban la universidad y entran en otra liga, despistados, expectantes, impresionados, ansiosos por comenzarla. Porque sabes lo que les viene, y nada hay más desasosegante que esperar a que todo pase.


La tortilla ha suavizado ese comecome por el 26-J, que no sé si me tiene frita o aburrida. Porque las elecciones me dan una pereza tremenda. Ver que todo vuelve a ser igual y que regresamos a la España de la izquierda y la derecha imposibles. Mismas caras, mismos mensajes, mismas promesas que quedan en nada. Uniones poselectorales que chirrían. ¿Esto es lo que proponen? Con los resultados polarizados según el CIS, y sin posibles mayorías que no sean las de una España bipolar. Con los candidatos rendidos al encanto de esa telecracia que lleva tu dedo de manera instintiva al mando a distancia, y a cambiar de canal en busca de algo interesante. Es triste. Con un tercio de los electores sin saber a quién votar y sin ganas de hacerlo. Confiando en que no haya una tercera vuelta a la nada, y que nos cuesta un pastón que no tenemos. Un siempre lo mismo, que da ganas de darse un atracón de churros para ahogar la pena.