Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Diez cosas sin las que la vida se hace cuesta arriba

Si te encontrases con una lámpara maravillosa y, nada más frotarla, un genio se plantase delante de tus narices ofreciéndose a cumplir un deseo, ¿qué le pedirías? Es posible que, harto de vivir con la lengua fuera, suplicaras que tus días tuvieran 24 horas de vigilia. O quizás optases por compartir con él tu utopía de borrar de un plumazo de la faz de la tierra el sufrimiento, las mentiras y el llanto. Sin embargo, la realidad es que vivir sin dormir, sin sentir dolor, sin derramar ni una lágrima o diciendo únicamente verdades sería un auténtico infierno.

Vivir sin olvidar
Vivir sin olvidar

Vivir sin dolor

Ni agarrar un clavo ardiendo, ni partirse una pierna, ni poner la mano sobre el fuego. Nada les hace daño a las personas con insensibilidad al dolor. ¿El sueño de un superhéroe? Ni mucho menos. El dolor existe para que podamos protegernos del peligro. Solemos huir de él. Pero lo cierto es que si fuésemos inmunes al dolor, nos podríamos quemar, pinchar con un objeto afilado, morder la lengua o sufrir dislocaciones o roturas sin que ninguna señal de aviso nos instara a retirarnos.

Es lo que les sucede a los afectados por la insensibilidad congénita al dolor. Su situación se la deben a la herencia de dos copias defectuosas del gen SCN9A o del gen PRDM12, implicados en la transmisión de impulsos nerviosos. En su estado de analgesia constante, incluso llegan a sufrir ataques cardíacos o cánceres graves sin que se encienda la luz roja de que algo va mal. Hasta que es demasiado tarde. No tienen superpoderes sino superproblemas.

Vivir sin aburrimiento

"Jo, me aburro", lamentan con pena los pequeños de la casa cuando no están haciendo nada. Lo que ni ellos ni sus padres saben es lo bien que nos sientan estos momentos de hastío. Porque justo en esos instantes se pone en marcha la llamada red neuronal por defecto del cerebro, encargada de conectar ideas y resolver problemas. Son precisamente esas neuronas las que generan la creatividad y la ensoñación. Vamos, que la genialidad no nace de instantes de sesudo trabajo intelectual, sino de los momentos ociosos.

A esto se suma que mientras miramos las musarañas se produce lo que se conoce como planificación autobiográfica: la sesera recapitula nuestras vivencias, las organiza para crear una narración personal y plantea posibles escenarios futuros y objetivos. Ahí es nada.

Vivir sin llorar

Antes de fantasear con las maravillas de una existencia sin lágrimas, ten una charla con alguien que sufra síndrome de Sjögren. Esta rara enfermedad impide llorar. Y eso, además de dejar el ojo seco, tiene implicaciones en las vidas de los afectados. Sin ir más lejos, estudios recientes demuestran que les cuesta más trabajo que al común de los mortales identificar sus propios sentimientos, es decir, saber si están alegres, o afligidos, o enfadados. Además de que tienden a retraerse y se sienten poco conectados con su entorno.

Diez cosas sin las que la vida se hace cuesta arriba

Tampoco disfrutan del efecto catártico que la ciencia atribuye a las lloreras. Ya sea sollozando o llorando a moco tendido, nueve de cada diez personas experimentan una mejora del estado de ánimo. Entre otras cosas porque se sintetiza prolactina, una hormona con efecto calmante. Asimismo, existen indicios de que después de llorar respiramos más profundo y estamos más despiertos y receptivos para enfrentarnos a situaciones emocionalmente estresantes. Sin obviar que el llanto es una forma de comunicar a nuestros congéneres que necesitamos ayuda sin mediar palabra.

Vivir sin suciedad

Un mundo impoluto no sería un mundo sano, sino todo lo contrario. Alergias y enfermedades autoinmunes como la diabetes, la psoriasis y la esclerosis múltiple se multiplican con la limpieza extrema. Aunque puede parecer contradictorio, tiene sentido.

Diez cosas sin las que la vida se hace cuesta arriba

Se ha comprobado que los seres humanos necesitan establecer un contacto temprano con los microorganismo para que el sistema inmunitario tenga las proporciones correctas de células (linfocitos TH1 y TH2) y aprenda a autorregularse. Los inmunólogos sostienen que los microorganismos con los que evolucionamos cuando vivíamos en contacto permanente con la naturaleza asumieron el rol de poner a punto los mecanismos regulatorios de nuestras defensas. Si los eliminamos con una pulcritud extrema, casi obsesiva, el sistema inmunológico se descontrola. Y acaba atacando a moléculas inocuas, como partículas de polvo, e incluso a células propias.

Vivir sin emociones

Palabras como amor, odio o tristeza carecen de sentido para quienes sufren alexitimia. Escudriñando su sesera con un escáner, la neuróloga Katharina Goerlich-Dobre y sus colegas de la Universidad de Aachen (Alemania) demostraron que en algunos casos se debe a una ruptura de la comunicación entre los dos hemisferios cerebrales que impide que las señales de las regiones emocionales (en la mitad derecha) alcancen las áreas del lenguaje (en la mitad izquierda). Y eso impide verbalizar sentimientos.

Diez cosas sin las que la vida se hace cuesta arriba

En otros alexitímicos el problema es bastante más profundo: no solo no expresan emociones, sino que ni siquiera se percatan de ellas. Ni sienten ni padecen. Los expertos lo achacan a la escasez de materia gris en la corteza cingulada anterior, donde reside el autoconocimiento.

Vivir sin mentir

Decir toda la verdad y nada más que la verdad. Ese es el castigo que tienen de por vida las personas con Asperger y algunos pacientes con párkinson. Castigo porque esa honestidad extrema, que los investigadores achacan al mal funcionamiento de la corteza prefrontal, puede acarrearles más problemas que ventajas. Al fin y al cabo, todo apunta a que mentir es una de las herramientas básicas del cerebro social. Al parecer apareció en nuestra especie poco después que el lenguaje. Dicen los científicos que la habilidad para manipular a otros sin usar fuerza física, solo con labia y algún embuste, nos proporcionaba ventajas a la hora de competir para conseguir recursos o pareja. Cumple la misma misión que el camuflaje en los animales, que en cierto modo es otro tipo de mentira.

Quizás eso explica por qué los mortales mentimos a tutiplén. Para ser exactos, el 60% de los adultos no puede mantener una conversación de diez minutos sin soltar al menos un bulo, según datos de la Universidad de Massachusetts (EE. UU.).

Vivir sin miedo

Al más puro estilo del cuento infantil de Juan sin Miedo, ella no le teme a nada. En un cara a cara con una serpiente venenosa, no le tiembla ni un pelo. Tampoco se asusta si se asoma desde lo alto de un escarpado arrecife o si alguien le apunta con una pistola. En la literatura médica la han dado a conocer con las siglas SM, para preservar su anonimato mientras los científicos estudian su cerebro. Quieren entender mejor la enfermedad de Urbach-Wiethe, una rara patología genética en la que se endurecen los vasos sanguíneos de la amígdala, la estructura cerebral con forma de almendra que regula el miedo. En guardia 24 horas para buscar y detectar señales de peligro. Si algo nos amenaza, activa las respuestas fisiológicas pertinentes para que reaccionemos. Huelga decir que sin detector de peligro la vida se nos complica.

Vivir sin dormir

Silvano acababa de cumplir 53 años cuando le dijo adiós para siempre al sueño. Igual que sus dos hermanas, empezó a sufrir una misteriosa enfermedad que le impedía dormir noche tras noche. A su lado, cualquier insomne se sentiría un lirón. Porque después de semanas sin pegar ojo, Silvano empezó a sufrir problemas de memoria, pérdida de peso y dificultad para moverse. Hasta que, finalmente, entró en estado de coma y falleció. Sufría insomnio familiar fatal (FFI, por sus siglas en inglés), una enfermedad hereditaria que pone en evidencia lo dañina que resulta la falta de descanso.

Diez cosas sin las que la vida se hace cuesta arriba

Aunque no hace falta llegar a tal extremo. Ya se ha comprobado que incluso una sola noche durmiendo poco a nada daña al cerebro tanto como una borrachera. Pasar una noche en blanco interrumpe la capacidad de comunicación entre las células cerebrales, aumentando el riesgo de padecer depresión, diabetes, obesidad y ataques cardíacos.

Vivir sin fantasía

"Hay algo más importante que la lógica: la imaginación", sentenció en cierta ocasión Alfred Hitchcock. Pues bien, imagina cómo sería vivir sin imaginar. Sin poder crear una imagen mental del libro que lees, de la cara de tu madre o de una puesta de sol. Contar ovejitas para dormirse es una misión imposible para ellos. Adam Zeman, de la Universidad de Exeter (Reino Unido), ha estudiado a fondo a los pacientes que carecen de un ‘ojo mental’. Dice que lo que falla en estos sujetos es una red neuronal que conecta áreas del cerebro encargadas de visualizar con las sedes de la memoria. No recuerdan el aspecto de las cosas. Y, como consecuencia, se pierden mucho. Porque solo imaginando podemos ser realmente creativos y encontrar soluciones a problemas complejos. Vamos, que si el ser humano está donde está es gracias a la capacidad de fantasear.

Vivir sin olvidar

¿Qué estabas haciendo el 12 de mayo de 1996 a las 12.49? ¿Y el 17 de julio de 2003 a las 23.04? Lo normal es que no puedas acordarte. Pero Brad Williams sí. Da igual por qué fecha le preguntes: recuerda qué ocurrió con todo lujo de detalles, incluido qué llevaba puesto, qué muebles había a su alrededor o qué desayunó y almorzó ese día. Sufre hipermnesia. Olvidar es un lujo que no puede permitirse.

Diez cosas sin las que la vida se hace cuesta arriba

Una faena teniendo en cuenta que olvidar no es una debilidad del cerebro sino todo lo contrario. Una investigación reciente de la Universidad de Toronto (Canadá) demostró que el cerebro borra intencionadamente información para que vivamos mejor. Hay que olvidar para hacer sitio a lo nuevo. Eliminar recuerdos destierra información innecesaria –como la que recuerda Williams– y permite que el sistema nervioso conserve una de sus propiedades clave: la plasticidad. Incluso nos ayuda a ser más listos y a resolver mejor los problemas. Una memoria muy rígida dificulta el razonamiento. Para aprender, el cerebro necesita borrar lo anterior y reescribir una y otra vez.

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