"Alfredo, digo, Javier, échame una mano", se autocorrige tu madre. Ha confundido tu nombre con el de tu hermano. Y no es la única a la que le ocurre. Especialmente cuando llamamos a nuestros seres queridos, el cerebro suele cometer este tipo de gazapos e intercambiar los nombres. Independientemente de cuál sea nuestra edad.

Según un reciente estudio de la Universidad de Duke (EE. UU.) que publicaba la revista 'Memory and Cognition', la confusión de nombres ('misnaming', en inglés) es más habitual cuando los dos nombres propios designan a personas del mismo grupo social: dos familiares, dos amigos... Normalmente son confusiones entre las personas que nuestro cerebro clasifica como más importantes en nuestra vida. Solo en ocasiones el error cognitivo aparece cuando dos nombres tienen un gran parecido fonético, sin necesidad de que exista vínculo entre los sujetos.

Analizando cinco experimentos que implicaban a cerca de 1.700 individuos, los científicos demostraron también que las similitudes físicas no juegan ningún papel en este tipo de errores. Cada vez que llamamos a alguien, dicen, la mente recurre a la categoría en la que lo hemos clasificado según su relevancia emocional y proximidad. Cuando una madre o un padre quieren llamar a sus hijos, el cerebro pone a su disposición el nombre de todos ellos, que están dentro del mismo cajón. Incluso de las mascotas de la casa, especialmente de los perros. Y es fácil equivocarse al elegir. Eso sí, el 'lapsus linguae' puede salirnos caro si, dicho esto, llamamos a nuestra pareja con el nombre de un o una ex.