Sucedió una noche

Su presencia llevaba tiempo turbando a los ilustres habitantes del parque. Hasta en las más frías noches la ninfa paseaba su belleza entre fuentes y árboles, esquiva a las miradas de sus moradores. La quietud de la ciudad en su sueño contrastaba con el amoroso frenesí perseguidor de los insignes pretendientes. El poeta fracasó y buscó el consuelo de su estrella. La voz del tenor lloraba en la noche su amoroso desengaño. Pero donde la rima y el bel canto fracasaron, el humor castizo del actor consiguió conquistar el corazón de la hermosa náyade furtiva. Grande era la dicha de los enamorados. E igual de inmenso el odio que sintió el orgulloso Libertador al verse derrotado en esta guerra. El choque de pasiones tan intensas desató una violenta querella entre los protagonistas. Su eco llegó hasta las alturas. Y cuando más arreciaba la contienda, el rugido del león anunció lo inevitable. La espada del Batallador puso fin a la disputa cuando de un solo tajo convirtió en bustos las estatuas.

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