El eco no tiene quién le diga

En Valdelinares, la realidad, la cruda realidad, demuestra que la existencia es cambio y esta vez no fue para mejor.

Como toda la vida había hecho, nuestro protagonista se dedicaba a sacar a pastar sus ovejas por esos prados verdes que le alegraban la vista. Conocía todos los senderos y recovecos por donde podía conducir al ganado sin que ningún día fuera igual al anterior. La monotonía en esos parajes no tenía lugar.

Una vez concluida la jornada, con la alegría que le daba saberse con el deber cumplido, contagiaba su satisfacción a los amigos mientras echaba la partida de cartas.

Últimamente, se mencionaba mucho un tema que le tenía intrigado, pues su olfato le avisaba de cambios. La noticia recurrente se refería a la despoblación y la situación inevitablemente se dio.

Las tardes de la temporada estival, se encontraron sin la compañía de aquel pastor, que para llamar a su rebaño, hacía juegos de voces con el eco de las montañas y…lo que sucedió fue que el eco no tuvo a quién contestar.

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