Mina y contramina

Con el último toque de campana, Lorenzo, Mariano y varios compañeros bajaron las escaleras de la bodega del caserón situado en la plaza de La Balsa, muy cerca de la iglesia de La Magdalena. Desde la muralla, Manuel insistía en que hacía rato se oían ruidos en el subsuelo cercano a la parroquia. Un par de picos, dos arcabuces y varios candiles eran su equipo de campaña. El calor sofocante junto a la tenue luz de los candiles producía una atmósfera asfixiante. El duro mallacán hacía que los hombres se emplearan a fondo para avanzar unos pocos metros. Picar y escuchar en silencio, esto rompía los nervios del más templado.


Mariano mandó callar. ¡Todos alerta! En el otro extremo voces ininteligibles hacían presagiar lo inevitable. Descargas de arcabuz, gritos, disparos de fusil y... silencio.

A la luz del candil que seguía encendido Lorenzo abrazó entre sollozos el cuerpo inerte de Mariano.


Hoy no, hermano, masculló entre dientes, hoy la casa de los abuelos seguirá en pie.

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