Pasiones mañas

Digan lo que digan, a mí siempre me ha gustado mi ciudad. Mucho más que Francia. Por eso, cuando nadie me ve, salgo de mi traje de metal y me siento en un banco de la C/Alfonso a ver turistas retratándose en selfies con un palito(¡menuda moda!), señoras mayores yendo al Pilar bien agarradas del brazo por si se las lleva el viento, o se les llevan el bolso, comerciantes rezando para que entren a sus tiendas y se animen las ventas, esa parejita de enamorados, él alto, ella menos, riéndose a cada adoquín porque son felices, y ese hombre solitario que maldice el frío y el cierzo…

Un joven hippie se me sentó al lado y me confesó que lo que más le gustaba de Zaragoza era su carácter.

¡Y pensar que a mí me han hecho pasar a la historia por mi mal carácter!.¡Si las pinturas negras fueron sólo al final y por culpa de aquella guerra!.

Es tarde. Vuelvo a mi trono. Lástima que mis manos de metal no me dejen pintar esta Zaragoza nueva, pero siempre sincera. Mi auténtica “Maja” desnuda y eterna.


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