Marrakech

Camino tiene la mirada más dulce del Barrio de Casablanca. Sus ojos son marrones y profundos como el desfiladero del Todrá en Ourzazate y cuando al final de la conversación, los baja y los entorna tiene la fuerza suficiente como para retirar toda el agua del estrecho desde Tánger a Melilla. Su melena es desordenada y potente, como la de un león del Atlas. Camino tiene nueve años, pero es lista como un dromedario berebere en busca de agua, parece haberse leído ya toda la Biblioteca Nacional de Rabat. Su piel lisa y brillante como si hubiera sido ungida por aceite de argán y su cautivadora sonrisa enmarca unos dientes blancos como el almizcle.


A nadie le extrañó que cuando su profesora de ciencias naturales le preguntó que cual era la ciudad que conocía más bonita, dijese que Marrakech. Y es que allí a la entrada del barrio en el bar del mismo nombre es donde la esperan después del cole, sus amigos para jugar y donde los padres disfrutamos de verlos y de una alegría sin fronteras.