Tic tac

12.30 pm: Instituto El Pilar de Zaragoza. Una bomba se autodestruirá en la clase si alguno de los alumnos no lo impide. Solo uno, el más hablador, se da cuenta del terrible asunto, pero no puede evitarlo porque el profesor le ha castigado sin decir palabra en toda la hora bajo ningún pretexto, y bajo amenaza de suspender a toda la clase si vuelve a pronunciar una sola. Entre sudores fríos, el alumno piensa: “Si hablo, suspende a toda la clase; si callo, muere toda la clase...”. Se debate entre la difícil y maldita cuestión. Quedan pocos segundos para que estalle el artefacto, y en su garganta empieza a notar un nudo que sube y sube hasta la campanilla. Es entonces cuando se decide a avisar del peligro inminente que se cierne sobre el aula, y estalla en sollozos de perdón, justo en el preciso momento en el que el profesor cae fulminado como por un infarto al suelo.


Más tarde, la autopsia desveló que se había producido una implosión, y que el cuerpo estaba reventado por dentro.