En las nubes

Los prados a las afueras de Berdún eran nuestro refugio en las tardes de verano. Jugábamos a tumbarnos boca arriba y contemplar las nubes. El cielo era azul. Germán respiraba con fuerza a mi lado. Escuchaba sus pulmones, ese sonido inquietante. En los bolsillos llevaba siempre su inhalador, aquel objeto del que jamás se separaba. Un día se le olvidó cogerlo.


Tardé tres meses en volver a ver a mi hermano. En el hospital no dejaban que entrara si no era con una mascarilla.


-¿Ves esa nube? Dijo Germán. -Parece un pez. Y esa otra, un camión.


Y así, los dos, pasábamos las horas.


Han pasado diez años. He vuelto a Berdún. Estoy en el mismo prado, bajo el mismo cielo azul y observo una nube. Pero solo veo la nube. Nunca confesé a Germán que jamás conseguí ver un pez, o un camión. Y ahora, que él no está, el cielo me parece aburrido, y por eso cada vez que viajo en avión pido asiento de pasillo o bajo la persiana de la ventanilla, para evitar que las nubes entren en mi cabeza.