Investigadores a la busca del ibón sin contaminar

Los ibones esconden en sus fondos la historia del planeta de los últimos 10.000 años. Científicos de la Universidad de Zaragoza llevan ocho años estudiando estos lagos de montaña de los que se desconocía casi todo. Hoy presentan un documental que explica su odisea bajo las aguas y el hielo, y en el que se muestra que la presión humana va a condicionar el futuro de estos lagos de alta montaña.

Dos investigadores toman muestras dentro de los lagos
Dos investigadores toman muestras dentro de los lagos
JOSÉ MANUEL CRUZ

¿Qué está pasando en los ibones? Esta pregunta que le dirigió un compañero de buceo al científico Alfonso Pardo fue el origen de una investigación de un grupo de científicos y alumnos de la Universidad de Zaragoza, que ha durado más de ocho años y que se explica en el documental ‘Montañas de Agua’, que el lunes 24, (19.00) se estrena en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Aquí podemos verlo:

Lo primero que el equipo de investigadores descubrió es que «no sabíamos ni cuantos ibones había en el Pirineo», dice Tomás Arruebo, ambiéntologo del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio. Aún más se desconocían los datos sobre su estado. Pronto vieron que conocer más sobre los ibones exigía ponerse manos a la obra. No ha sido fácil: han tenido que subir a la montaña, arrastrando material pesado durante largas distancias, y sumergirse en los ibones para hallar las respuestas a una larga lista de interrogantes que solo podían revelarse trabajando sobre el terreno. «Hemos sufrido hipotermias buceando en aguas heladas», explica José Mª Matesanz, químico del Departamento de Ingeniería Química y Tecnologías del Medio Ambiente.


«A veces, la capa de hielo y nieve llegaba a los dos metros y era tan dura que resultaba casi imposible hacer un agujero para penetrar a tomar muestras», afirma José Urieta, del Grupo de Termodinámica Aplicada y Superficies del Instituto de Investigación en Ingeniería de Aragón (i3A). «Tambien hemos batido un récord de buceo bajo hielo al bajar hasta 22 metros de profundidad a tomar unas muestras», señala José Manuel Cruz, instructor de buceo, y miembro de la Federación Aragonesa de Actividades Subacuáticas.


La colaboración desde el inicio con la federación y el hecho de que algunos de los investigadores sean consumados submarinistas ha permitido tomar muestras desde el interior del lago. «Hasta donde sabemos, es la primera vez que se estudia estos lagos de montaña desde su interior», apunta Urieta. Lo usual «es usar dispositivos que se manejan desde la superficie: lanzando una botella , con bombas para succionar agua... pero con las inmersiones cogemos la muestra en el lugar exacto que queremos», explica Alfonso Pardo, geólogo del Departamento de Agricultura y Economía Agrarias de la Escuela Politécnica de Huesca, a quien durante esta investigación seguramente le ha tocado más usar el traje de neopreno que la bata de laboratorio.


Para la toma de muestras incluso se han visto obligados a desarrollar sus propios instrumentos: en concreto la ‘Botella CRALF para muestreos de agua en condiciones subacuáticas’, cariñosamente conocida por los investigadores como ‘iboneitor’.


Sobre un inventario iniciado por la Confederación Hidrográfica del Ebro, el equipo ha logrado completar la lista de los ibones aragoneses que ahora se sabe son 197, la mayor concentración de lagos de alta montaña de toda la Península. Pero conocido ya su número, poco más se sabía de ello.


Los investigadores volvieron a los ibones y, con una sonda de profundidades, rescatada de un almacén, «nos convertimos en marineros de agua dulce, aprendimos a remar y realizamos transeptos de orilla a orilla tomando cientos de datos para hacer las batimetrías», explica Zoe Santolaria, química del Grupo de Termodinámica Aplicada y Superficies del i3A.


MARINEROS DE AGUA DULCE

De este modo, estos marineros de agua dulce han logrado dibujar la cartografía que hace visibles los fondos de los ibones, cómo se desplaza el agua por nuestras montañas y dónde se incorporan las sustancias que pueden contaminarla y llegan por los ríos a las ciudades. Con la dificultad, como expresa Javier Lanaja, químico del Laboratorio de Calidad de Aguas y Medioambiente de la Escuela de Ingeniería Técnica de Zaragoza, de que «los parametros son mucho mas bajos y requiere unas analíticas más sofisticadas».


¿Qué ha revelado estos análisis? Que los ibones no gozan de buena salud. Los científicos lo sospechaban, pero hacían falta pruebas, que ya conocemos: la culpa de la degradación que sufren los ibones la tiene la presión humana. Hecha la constatación, algunas sorpresas: «Hemos encontrado contaminantes que no esperábamos hallar, como metales pesados, evidentemente el origen es humano y estamos intentando descubrir cómo han llegado», afirma Matesanz.


Buena parte de esa contaminación viene por exceso de materia orgánica, procedente de las deposiciones de las ganaderías que usan los ibones como abrevadero. “Las especies oportunistas –como el fitoplacton– se imponen a las especialistas, que ocupan los fondos. Aparecen algas que impiden que pase la luz del sol hasta los organismos que habitan en el fondo y que las aguas se oxigenen”, explica Alfonso Pardo.


No son solo los restos de animales los que llegan a los lagos: «En algunos casos hay vertederos directos de instalaciones humanas. En el ibón de Baños hemos descubierto un tubo, que no sabemos de donde procede, y que desemboca dentro del lago, a dos metros de la superficie».


PECES CONTAMINANTES

Otro contaminante de origen antropogénico son los peces. «De manera natural nunca llegarían a un ibón, que es una masa de agua aislada; los echan los pescadores, y el problema es que acaban con los anfibios, que son los habitantes naturales de los ibones», explica Pardo. En concreto, truchas y otros peces se alimentan de las huevas, larvas y renacuajos de estas especies anfibias, algunas como el tritón o la rana pirenaicos, endémicos de esas zonas.


Entre lo que no esperaban encontar «metales pesados como zinc, plomo, cromo… Ahora debemos descubrir si llegan por la atmósfera o están relacionados con instalaciones cercanas», dice Pardo. Como señala Matesanz, «conocer las sustancias presentes en los ibones nos permite establecer cual es la contaminación de fondo a la que todos estamos expuestos».