Solo (y triunfador) ante el peligro

Tropo edita la incursión novelesca del veterano músico Elliot Murphy.

La visita anual del bardo Elliot Murphy al pirenaico paraje de Piedrafita es una tradición que comenzó con el nuevo milenio y que se mantiene desde entonces, para regocijo de sus fieles seguidores y sorpresa de quienes admiran por primera vez el brillo que emana el discurso intemporal de este neoyorquino afrancesado. Colega de Springsteen, cantante, instrumentista y compositor, es más popular en Europa que en su tierra natal. El bardo prueba ahora como novelista y lo hace, naturalmente, con poesía. Murphy propone la historia de un joven colono golpeado por el infortunio, consumido por la rabia y movido, curiosamente, por unos versos sin rima que acaban siendo el motor de su vida.


He aquí una novela del oeste, sí señor, con oscuros hombres de ley, médicos borrachines, whisky y horca, burdeles y muerte. Un oeste que salta puntualmente a la costa de Long Island en un cambio de acento, luz y temperatura; allí manda la grasa de ballena, el guiño galófilo (una licencia lógica del autor, radicado en París desde hace décadas) y, oh sorpresa, Walt Whitman, el gran poeta americano del XIX, invocado en todas y cada una de las películas que buscan la lágrima fácil o el reconocimiento intelectual que neutralice la sal gorda de sus tramas. Walt Whitman en carne y hueso, sin canas primero, con ellas después: el hombre de los versos lapidarios como testigo y eje de una historia que se articula en torno a palabras escritas de su puño y letra en un papel de periódico.


Murphy cae en ciertas tentaciones. El exceso de adjetivación (quien esté libre de este pecado, que tire la primera piedra, dicho sea en tercera/primera persona) es la más recurrente. La segunda no es realmente tentación, sino bodegón humano, empachado de policromía: el emigrante francófono que se abre paso entre las suspicacias de los lugareños, el irlandés borrachín y pendenciero que no digiere bien el paso a la vida civil, la china silenciosa y sabia, el caciquillo atildado que se sirve de los peores especímenes para el trabajo sucio... lo que aquí se dibuja lo hemos visto en pantalla gracias a John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann o Sam Peckinpah, pero Murphy (humilde en su aproximación al género, seguro en el ritmo y tono elegidos) transmite un punto sensorial extra, desde los olores a la presión ambiental o los ayes inaudibles que anuncian la llegada de la fatalidad a una trama.


El autor acompaña su libro de música: tres canciones inspiradas en la historia, que ya estaban ahí antes de empezar a juntar palabras sobre el folio en blanco, y que ejercen de complemento perfecto a la novela. En el cedé se incluye una pista de 19 minutos con la lectura en inglés del primer capítulo, tarea que asume Murphy con la majestuosidad y el cuajo que exhibe siempre en el escenario.