CONTRAPORTADA

Una tapicería en el hospital

Nieves Nevado es tapicera. Pero no ejerce su trabajo en una tienda de muebles, sino en el Miguel Servet de Zaragoza.

Nieves, en su taller del Miguel Servet, dispuesta a atacar una butaca deteriorada.
Una tapicería en el hospital
ARáNZAZU NAVARRO

«Cuando digo que trabajo en el Servet, nadie se cree lo que hago». Lo dice con una sonrisa, sin rastro de enfado en su expresión. Porque le pasa muy habitualmente. Todo el mundo le pregunta si es médico o enfermera. Pero no, lo suyo es bien distinto.


En el sótano del centro sanitario, hay todo un mundo desconocido para el gran público, en el que la actividad es igual de frenética que en los quirófanos o las consultas. Allí está la cocina, la lavandería, todo lo relacionado con el mantenimiento? y la tapicería, de la que se encarga Nieves. Suena raro, pero es cierto: es la tapicera del hospital.


En un taller cerca de los ascensores, se encarga de dejar sillas y sillones impolutos, junto a su compañero Pedro, encargado de arreglar camas y camillas. «No es un trabajo extraordinario, pero sí llama la atención. Yo tampoco sabía que existía hasta que me enteré de la convocatoria. Me sorprendió mucho. Y mira ahora», reconoce.


Y mientras arregla una silla con un siete más grande que los que el Zorro hacía con su espada, cuenta el trabajo que le dan los sillones: «Algunos se estropean con el tiempo, pero otros hay que arreglarlos por mal uso. Pero es que por aquí pasan muchas personas, y algunas creen que las cosas están aquí porque sí. En cualquier caso, a mí me gusta dejarlos perfectos, muy cómodos. Sobre todo, los de los acompañantes de enfermos, para que la estancia se les haga lo menos dura posible». Y, para tal fin, ella está encargada de probar personalmente cada pieza terminada. «Sé que lo van a usar muchos usuarios y que se van a tener que pegar horas allí», dice.


Lo de sentarse, que conste, es solo por trabajo. Porque en casa es misión imposible algo tan sencillo como tumbarse en el sofá. «Tengo tres soles y no me da tiempo, pero no me importa», afirma. Eso sí, también tiene algo de deformación profesional. «Cuando compro una silla, le saco todos los defectos. Y algunas me las arreglo yo misma. Me encantan los retos y poner en marcha cosas».

 

Uso médico

Y así, igual que es capaz de dejar las sillas de la sala de espera como recién compradas, también hace cosas más artesanales para el gimnasio. Por ejemplo, ahora está rellenando de gomaespuma unas antiguas muletas de madera que se utilizan como apoyo cuando hay que dar corrientes a un paciente. «Todo es necesario en el gran engranaje de un hospital. No es salvar una vida, por supuesto. Pero sí hacer la estancia lo mejor posible al enfermo». Y ella lo sabe bien, porque aunque va todos los días al centro sanitario, nunca lo ha hecho como paciente. Excepto para los partos. «Yo me encontré muy cómoda y todo fue perfecto. Y lo digo en serio, que no trabajaba aquí todavía», defiende.


Aunque solo lleva en el Miguel Servet un año, cuando llegó para sustituir al anterior tapicero, ya se siente de la casa. De la Casa Grande, claro. Es lógico que los compañeros se hayan quedado con ella. Al menos, con su nombre. Porque el apellido de Nieves es? ¡Nevado! «Todo tiene una explicación -se apresura a apuntar la tapicera, de nombre tan invernal-. Soy de un pueblo de Extremadura, cuya patrona es la Virgen de las Nieves. Mi madre siempre dijo que, si tenía una hija, la llamaría Nieves. ¡Qué culpa tuvo de casarse con mi padre!», bromea. «Hasta a mí me resulta curioso. Se han reído de mí infinidad, pero no me ha molestado», matiza con humor. El mismo con el que, herramientas en mano, desatornilla, clava o rellena los sillones para hacer el hospital, precisamente, más hospitalario.