TERREMOTO EN HAITÍ

Los cadáveres se multiplican en las calles y empiezan a enterrarse en fosas comunes

Los cadáveres de las víctimas del terremoto del pasado martes en Haití, que ha causado decenas de miles de muertos, comenzaron a ser enterrados en fosas comunes después de pasar 48 horas a la intemperie.


Un camión y algunas camionetas se dedicaron a recoger a algunos de los cadáveres alineados en las calles de la capital para luego depositarlos en una fosa común del cementerio de Cafour Academie, el barrio de Petion Ville.


Sin embargo, el ritmo de recogida de los camiones es de una lentitud exasperante, pues en toda una tarde apenas lograron recolectar cien cuerpos, como reconoció Nicolas Challes, que dirigía el equipo que recogía los cuerpos muertos de sus compatriotas.


Después de escuchar las numerosas quejas de sus vecinos por el hedor que desprenden los muertos al sol, Nicolas Challes, de confesión evangélica como le gusta subrayar, quiso ofrecer este servicio a sus semejantes junto con algunos médicos y trabajadores de la Cruz Roja.


El camión recorrió las calles de Petion Ville, un barrio "acomodado" dentro de los parámetros haitianos, y fue recogiendo los cuerpos de adultos y niños apenas cubiertos por sábanas blancas. Los cadáveres eran depositados en un trozo de tabla sanguinolenta y luego deslizados hasta el camión.


Muchos curiosos observaban el paso del camión tapándose las narices ante el insufrible halo que iba dejando a su paso. Ninguno se santiguaba al paso del macabro vehículo.


Al llegar al cementerio, el camión, sin el menor miramiento, levantó la tolva, abrió la puerta trasera y dejó caer al suelo toda su carga de muertos, que se amontonaron como sacos junto a la fosa común. Allí, nadie se ocupó de introducirlos en la tumba ni menos aún de cubrir la fosa.


Un vagabundo se atrevió incluso a manosear la ropa de los cadáveres en busca de lo último de valor que pudieran llevar antes de ser enterrados, sin que nadie a su alrededor diera la menor muestra de enojo.


Mientras tanto, las calles de Puerto Príncipe daban muestras de una gran agitación: en cada esquina, los colmados que venden gaseosas o comida envasada habían echado las rejas, y frente a ellas se agolpaban decenas de personas exigiendo comprar algo de comida o bebida, incluso pan.


Los hospitales y clínicas están totalmente desbordados, con enfermos que yacen en pasillos y salas de consultas, con un personal médico que se limita a curar las heridas más profundas por falta de material.


En las pilas de escombros aún trabajan, cansinos, algunos equipos de rescate en busca de muertos sepultados entre las ruinas, sin casi esperanzas de poder encontrar a nadie vivo después de dos días del seísmo, que con 7 grados es el más grave de la historia de este país.


El aeropuerto de Puerto Príncipe era un hervidero. Aún cerrado a la aviación comercial, recibió durante todo el día numerosas avionetas que trajeron al país a periodistas, bomberos y miembros de asociaciones humanitarias.


Frente a ellos, una multitud similar de expatriados o de haitianos acomodados pugnaba por salir del país y ser admitidos en alguno de los "vuelos humanitarios" que los países del primer mundo están fletando para sacar a los suyos del infierno.