IGLESIA

Las velas desaparecen del Pilar

El Cabildo Metropolitano dice que suprime estas ofrendas por seguridad y para evitar la suciedad. Los comerciantes temen mermas económicas cuando la medida entre en vigor, el 11 de junio.

El Cabildo Metropolitano de Zaragoza va a suprimir las ofrendas de velas en la basílica del Pilar aduciendo motivos de seguridad, higiénicos y de conservación artística, entre otros. La medida entrará en vigor el día 11 de junio, coincidiendo con la finalización de las obras del templo, y entonces solamente estarán en funcionamiento los lampadarios eléctricos que ya conviven con el tradicional velero. La decisión no ha sido bien acogida por algunos fieles consultados ayer ni por los comerciantes de la zona. Los primeros se quejan de lo impersonal de las ofrendas, mientras los segundos lamentan una previsible merma en sus ingresos.


Un cartel no demasiado grande, pegado a la pared junto a los cirios humeantes, avisa de la medida, que se ha anunciado en las misas desde hace un mes. El gran mueble cuajado de velas eléctricas (1.280 en total, y hay otro idéntico frente a la sacristía de la Virgen) despierta más curiosidad que adeptos, aunque alguna mujer se anima de tanto en tanto a echar los 50 céntimos que cuesta cada ofrenda. "Había demasiada gente en el velero, así que he hecho la ofrenda aquí", se justifica Florinda Oruño. Pero no le gusta la medida. "Será más limpio y más higiénico, pero que dejen las dos cosas y que la gente elija. Hay que respetar las tradiciones", explica.


Tradiciones. Esa es, precisamente, la palabra más escuchada en las inmediaciones de la capilla de la Virgen. Porque generaciones de zaragozanos y visitantes han cumplido con el rito de encender un cirio y rezar una breve oración, hacer una petición o dar las gracias por una dádiva concedida. "He puesto velas toda mi vida y paso de los 60 años. No sé qué haré ahora", se queja Manuela Begué. Cerca de ella, Nieves Jiménez enciende dos cirios porque hoy operan a su hijo. "Las velas eléctricas son impersonales, aprietas un botón y ya está. El cirio es más íntimo. Lo otro será lo último en las grandes catedrales, pero la tradición es la tradición", comenta.


"Un sacadinero, eso es", zanja Adolfo Alonso, después de colocar su ofrenda junto a su amiga Lorena Mombiela. "Al final nos acostumbraremos, pero creo que vendrá menos gente", opina ella.


Ayer, el único que parecía satisfecho en el templo era Enrique Hernández, el sacristán. Para él y sus compañeros, se acabó el apagar fuegos y recoger toneladas de velas medio derretidas. "Me han llegado a insultar, con palabras gruesas que no me dicen en la calle, porque quitaba las velas más consumidas para dejar sitio a otras nuevas", se queja. "El otro día tuve que gastar dos extintores porque la gente tira los cirios sin apagar y todo eso arde que es un gusto", añade.


Un jarro de agua fría


"Pues yo no he visto nunca camiones de bomberos en la puerta del Pilar", contraataca Nuria Casado, encargada de la tienda de re recuerdos Luisa Artero, ubicada en la plaza frente a la basílica. Entre los comerciantes, la medida ha caído como un jarro de agua fría porque prevén un descenso considerable en sus ingresos mensuales. "En verano se venden más cosas porque hay turismo, pero en invierno compran sobre todo los de Zaragoza, y no precisamente adoquines, sino velas", añade. María del Carmen Palú, dependienta del comercio, conoce a casi todos los clientes habituales que se acercan a comprar. "Solo con verles ya sabemos qué cirio van a llevarse. Ahora están indignados porque ya no vamos a venderles más", explica.


"Por lo menos nos han avisado con tiempo", suspira Benjamín Vélez tras el mostrador de la tienda El Maño, en la calle Alfonso. En su mente, los casi 500 kilos de velas recién llegadas a su almacén tras un pedido especial de cara a la Expo. "¿Qué hago yo ahora con tanto material?", se queja. Hace cuatro años, cuando el Cabildo decidió prohibir las lamparillas (velas revestidas de un plástico rojo), no avisó a nadie. "Por lo menos, la gente las compra para sus casas, o para colegios u otras capillas, y pudimos darles salida. Pero, ¿quién se lleva un cirio a casa?", se pregunta Nuria Casado.


Los comerciantes andan ahora pensando en hacer presión de alguna manera para tratar de frenar esta medida, pero están desesperanzados. "Como dice el refrán, con la Iglesia hemos topado", suspira Casado, segura de que la supresión es un intento del Cabildo de quitarse competencia. "Nosotros no vendemos cirios y así solo cobran ellos", asevera.


Más conciliador, Benjamín Vélez cree que el asunto tiene más que ver con las subvenciones que el templo recibe para acometer las obras de remodelación. "Si piden un montón de millones para restaurar el interior y después vuelve a estropearse por el humo de las velas y tienen que volver a pedir dinero, se arriesgan a que no se lo den", razona. Para él, la solución sería mantener el velero acondicionando un lugar específico donde no dañe las pinturas ni moleste a nadie. "Como hacen otros templos", concluye.


Mientras tanto, los cirios siguen compitiendo por el fervor popular con las titilantes luces eléctricas de los lampadarios. El próximo día 11, ni siquiera las velas blancas de los candeleros de los ángeles que custodian a la Virgen, que fueron donados por Felipe II, se salvarán de esta quema. El Pilar habrá apagado entonces sus últimas velas.