Atrapada en la teleraña de TikTok e Instagram
Abro Instagram y TikTok y un río infinito de imágenes me atrapa. Niños muriendo en Gaza, máscaras luminosas para frenar el envejecimiento, mujeres chinas moviéndose frenéticamente para perder grasa, los ‘Idiotes’ de Aimar Bretos asomándose a abismos a veces absurdos a veces inquietantes, políticos pillados en un renuncio, yoguis proclamando paz y salud en posturas imposibles, médicos dando consejos diversos sobre todo tipo de dolencias, la psiquiatra Rojas hablando de sentido común, un surtido infinito de mujeres proponiendo cremas y maquillajes que las transforman como si fuera magia, un trocito de reportaje sobre las miserias de Rumanía, mensajes racistas y sexistas, perros bañándose o viendo la tele junto a un cuenco de palomitas, recorridos por lujosas viviendas inalcanzables para la mayoría, una señora afroamericana que me aparece siempre enseñándome la ropa que ella y su marido se ponen cada domingo para ir a misa, un montón de utensilios que no sabía que necesitaba y que después de ver el vídeo me cuestiono cómo vivir sin ellos, una chica que parece haber descubierto algo grande al secarse el pelo con un colador, más mujeres, ahora limpiando la casa a una velocidad endiablada, alguien peina a un gato que parece un gremlin mientras el felino ve dibujos animados, por lo visto también hay mucha gente que descubre habitaciones secretas en sus casas, una madre de 61 años y su hijo de 25 se ponen los calcetines a la pata coja (no sé por qué pero tiene mérito), niños que hacen gracietas y gente torpe que se cae de forma absurda (y que seguro que duele), un señor con obesidad mórbida pide ayuda, más niños muertos en Gaza…
Todo es tan descabellado que se vuelve hipnótico, cuesta desprenderse de esas moiras tecnológicas que tejen hilos que te atrapan con una viscosidad inquietante.
Al levantar la vista de la pantalla, la vida transcurre lenta y aburrida.
