Tercer Milenio

Ciencia ciudadana

Ciencia ciudadana: democratizar la ciencia más allá de la divulgación

Una buena parte de la actividad científica se financia con fondos públicos, que provienen de los impuestos, por lo que la ciudadanía debería tener un control y conocimiento sobre ella.

Tipo de dispositivo que se analizará en el proyecto de ciencia ciudadana Openred para medir la radiación gamma ambiental.
Tipo de dispositivo que se analizará en el proyecto de ciencia ciudadana Openred para medir la radiación gamma ambiental.
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Ciencia y sociedad

Los avances científicos y tecnológicos a menudo tienen un gran impacto sobre nuestras formas de vida y también sobre nuestra manera de entender el universo. Estos avances son con frecuencia ambivalentes y tienen efectos positivos y negativos sobre nuestras vidas.

En la vertiente más clásica, se puede decir que las tecnologías que se despliegan tienen multitud de efectos: afectan al medio ambiente, como sucede con la quema de combustibles fósiles y el cambio climático; modifican las relaciones de producción, como ocurre con la automatización en la industria; impactan sobre nuestra intimidad y minan la creatividad, como hace la inteligencia artificial; cambian el esquema de nuestras comunicaciones, como lo hizo internet; dan ventajas en la guerra, como hace la bomba atómica…

Es decir, las tecnologías desplegadas en los últimos 200 años han cambiado la faz de la Tierra y nuestras formas de vida radicalmente. Y, desde luego, parece mentira que todo esto haya ocurrido al margen de la voluntad de la mayoría de la población.

Pero no solo eso, los avances científicos tienen también influencia filosófica y han sido capaces de cambiar elementos tan trascendentales para la filosofía como nuestra imagen del universo o de la vida. Varias revoluciones científicas, que se han producido desde los estudios astronómicos de Galileo, pasando por la mecánica clásica de Newton hasta la mecánica cuántica de Schrödinger o la relatividad de Einstein, han generado cambios muy profundos en la visión del universo. El descubrimiento del ADN y de los genes, junto con otros avances en la biología, ha modificado radicalmente nuestro entendimiento de la vida.

Es un hecho que gran parte del conocimiento científico no es accesible a la mayoría de la ciudadanía. A pesar de todos estos importantes efectos de la ciencia y la tecnología sobre nuestras vidas, el control y el conocimiento de la ciudadanía sobre la actividad científica es más que limitado. Por ello la población en general raramente puede influir sobre qué actividades científicas se realizan y cuáles no, así como tampoco disfruta de buena parte del conocimiento que produce la ciencia. Y esto es así porque la ciudadanía en general no está capacitada para entender el complejo lenguaje que usa la comunidad científica, que se asemeja a los brujos de la tribu que manejan enormes fuerzas fuera del alcance de los mortales.

Esto es problemático porque, además de los grandes efectos sobre la sociedad, una buena parte de la actividad científica se financia con fondos públicos, que provienen de los impuestos pagados por la ciudadanía, la que debería tener, por tanto, un control democrático sobre la actividad científica.

En nuestro país, por ejemplo, la fracción de la investigación científico-tecnológica realizada por el sector privado es minoritaria. Dado que el dinero que se gasta es mayoritariamente público, es simplemente democrático que la opinión de la sociedad pueda tenerse en cuenta a la hora de decidir el destino de las inversiones en ciencia y tecnología.

El problema, como se ha dicho, es que los conceptos y el lenguaje de la ciencia son lejanos y, a menudo, difíciles de entender por la mayoría de la población. Esta barrera entre la ciencia y la sociedad es una de las grandes dificultades para realizar esa necesaria conexión democrática entre la comunidad científico-tecnológica y la ciudadanía para que el impacto de las actividades científicas pueda ser controlado y elegido en alguna medida por la población.

Democratizar y difundir la ciencia

Para vencer este desafío, para superar la distancia que separa la ciencia de la ciudadanía, es necesario cambiar las actitudes de la comunidad científica, pero también de los actores sociales.

La sociedad tiene derecho a conocer las actividades de los científicos y a disfrutar del conocimiento que la ciencia produce, sea por motivos prácticos o por mero disfrute, especialmente si hablamos de ciencia desarrollada por organismos públicos.

El conocimiento ciudadano de los resultados científicos tiene la ventaja para los científicos de que dichos resultados serán apreciados por la sociedad, haciendo que esta preste atención al bienestar y a los recursos de sus científicos y, por tanto, a la financiación de la ciencia. Además, de esta forma los hallazgos científicos pasarán a formar parte del acervo de la cultura, porque esta no son solo las bellas artes, el teatro o la música. También es el conocimiento de la genética, del universo o la mecánica cuántica.

La comprensión de sus resultados requiere un esfuerzo por parte de la comunidad científica para hacerse entender por la ciudadanía. La divulgación científica es, sin duda, un instrumento de primera línea para acercar la ciencia a los profanos. Existen muchas experiencias interesantes en el mundo de la divulgación científica. Hay cómicos, documentales, publicaciones… y una comunidad de buenos científicos capaces de explicar sus actividades de forma inteligible para la mayoría de la población. En los proyectos de investigación financiados con dinero público se va extendiendo la obligación de realizar esfuerzos de divulgación de los resultados cara al público.

Así y todo, la divulgación requiere de una cierta confianza del público en los divulgadores, pues no siempre se pueden revelar cabalmente los resultados científicos. Así, cuando se produce una división entre la comunidad científica sobre un tema concreto, como por ejemplo la energía nuclear o la tecnología de los transgénicos, los ciudadanos han de buscar expertos de su confianza que puedan traducir el lenguaje científico y no tienen más remedio que fiarse de que los divulgadores han 'traducido' correctamente. Por eso es necesaria una pluralidad y una mayor cercanía entre la comunidad científica y la ciudadanía.

Pero existe la posibilidad de dar un paso más para acercar la ciencia a la sociedad y viceversa. Se trata de poner los medios para que la ciudadanía contribuya a elaborar resultados científicos: estamos hablando de ciencia ciudadana. La ciencia ciudadana permite a la sociedad contribuir a producir los resultados, a compartirlos y, por tanto, a comprenderlos mejor.

Ciencia ciudadana

La ciencia ciudadana es aquella que se produce con la participación de voluntarios no pertenecientes a la comunidad científica, que obtienen resultados científicos, o contribuyen de alguna manera a su obtención. Para contribuir eficazmente, la ciudadanía debe comprender los desarrollos científicos, lo que le confiere, desde luego, la capacidad para opinar sobre ellos.

La ciencia ciudadana es ante todo ciencia. Los resultados han de ser rigurosos y suponer un avance en el conocimiento, como en cualquier otro descubrimiento o desarrollo científico. Pero su carácter ciudadano facilita, además, un acercamiento de la ciudadanía y supone un avance democrático puesto que permite a los ciudadanos decidir en qué proyectos participan y cuáles no.

Existen ejemplos importantes de desarrollos científicos realizados por contribución de la ciudadanía. Uno muy célebre, que fue pionero en la ciencia ciudadana, fue el descubrimiento de la estructura fina de las mareas en el Atlántico por William Whewell en 1835. Whewell colocó a miles de voluntarios en nueve países en ambas orillas del Atlántico, que tomaron casi un millón de registros sobre las dinámicas del océano. La descripción detallada de la complejidad de las mareas en las costas era importantísima para la navegación de la época, especialmente para un imperio marítimo como el británico. Estos trabajos le valieron a Whewell la medalla de la Royal Society de Londres, que era una de las mayores distinciones en la época (Darwin la ganó dos veces). Además de contribuir al conocimiento científico, aquellos voluntarios aprendieron mucho sobre la estructura de las mareas y su importancia para la navegación costera. Hoy en día la NASA sigue usando medidas de los ciudadanos para hacer un seguimiento de las mareas y poder predecir catástrofes.

Las observaciones meteorológicas actuales se basan también en miles de voluntarios en todo el mundo que miden la temperatura, la humedad, la velocidad del viento, las precipitaciones… y las transmiten a agencias meteorológicas. De esta manera se cuenta con una red muy tupida de mediciones en buena parte del mundo.

Según avanza la ciencia ciudadana, se ponen en marcha todo tipo de interesantes proyectos de investigación, muchos de los cuales tienen impacto directo sobre nuestras condiciones de vida: calidad del agua, calidad del aire, proyectos de historia, de biología…

Y también de la medida de la radiactividad ambiental. La radiactividad natural ambiental, sea de origen cósmico o de origen geológico, nos rodea y nos afecta. Pero además existen numerosas fuentes de radiactividad artificial, como instalaciones industriales o científicas, como sistemas médicos de radioterapia y radiodiagnóstico en hospitales, o las propias centrales nucleares, cuyas emisiones están controladas.

El proyecto Openred

El conocimiento de la radiactividad, de sus efectos, de los niveles admisibles para la ciudadanía y los ecosistemas es un derecho al que no deberíamos renunciar. Asimismo, también lo es conocer la radiactividad a la que estamos sometidos. Debemos familiarizarnos con las dosis típicas que recibimos solo por habitar nuestro planeta y ser conscientes de sus efectos.

Existen varios proyectos que permiten que los ciudadanos realicen mediciones de la radiactividad gamma. Estos proyectos se basan en detectores de bajo coste que se conectan a los teléfonos móviles que transmiten estas medidas junto con su localización a una plataforma, donde pueden ser explotadas con distintos fines. Sería sencillo conseguir una población de ciudadanos comprometidos que instalen estas aplicaciones en sus móviles y usen estos para medir la radiactividad ambiental.

Como ya se ha dicho, para realizar ciencia ciudadana las actividades han de ser rigurosas. En nuestro caso, los métodos de medida deben ser homologados y las medidas deben ser certificadas. Es imprescindible un trabajo de calibración y homologación de la aplicación o aplicaciones elegidas para realizar este trabajo y tener medidas fiables y que podamos hablar de verdadera ciencia.

De esta manera se abren múltiples posibilidades para medir las radiaciones cotidianas que reciben las personas de determinadas colectividades. Se abren varias posibilidades, de las que muestro aquí una relación no exhaustiva:

  • Dosis recibidas por personas que viven cerca de terrenos contaminados.
  • Dosis recibidas por una población en su vida cotidiana en una ciudad, como, por ejemplo, Madrid.
  • Radiactividad recibida en la proximidad de centrales nucleares o en instalaciones del ciclo.
  • Radiactividad inducida por el gas radón.
  • Dosis radiactivas recibidas en vuelos en avión o en terapias.
  • La respuesta ante emergencias radiológicas.

La ICRP (International Commission on Radioactive Protection o Comisión Internacional de Protección Radiológica) –organismo que marca las tendencias sobre todos los asuntos que tienen que ver con la protección radiológica– ya se ha pronunciado sobre la ventaja que supone contar con la colaboración de los ciudadanos para avanzar en su propia protección radiológica.

Más allá de la radiación gamma, que es la más sencilla de detectar, se podría pensar en el desarrollo de otros detectores que permitieran, por ejemplo, la detección del gas radón. En estos momentos la exposición al radón es la segunda causa de la aparición del cáncer de pulmón, tras el tabaquismo.

Todos estos proyectos tendrían, además, el efecto de acercar a la población el conocimiento de la radiactividad permitiendo una evaluación más objetiva de los riesgos que esta supone. En particular, permitiría a los ciudadanos perder el miedo al conocer que la radiactividad es ubicua y comprender qué dosis radioactivas son preocupantes y cuáles no.

Con estos fines, el CSN (Consejo de Seguridad Nuclear) ha lanzado en colaboración con la fundación Ibercivis el proyecto Openred de ciencia ciudadana para dotar a la ciudadanía de la capacidad de medir la radiactividad ambiental. De momento se trata de facilitar detectores baratos y fiables ya existentes, pero en el futuro se pretende mejorar y abaratar aún más estos detectores con el fin de tener mediciones masivas. Este proyecto cuenta, además, con la participación de importantes instituciones académicas, como la Universidad Politécnica de Cataluña, la Universidad de Cantabria, la Universidad de Zaragoza y el CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas).

Conclusiones y limitaciones de la ciencia ciudadana

Cuando se llevan a cabo proyectos de ciencia ciudadana, constatamos que el interés público por la ciencia aumenta, lo cual favorece su gestión democrática. Si además los ciudadanos son los garantes de su propio bienestar, como el proyecto que se comenta aquí, todavía tiene más sentido.

Muchas de las reticencias que se oponen a esta forma de hacer ciencia vienen de una postura de superioridad de parte de la comunidad científica y técnica. A muchos científicos les gusta ese papel de modernos brujos, dueños de una oculta sabiduría que no puede ser dejada en manos de la mayoría de la gente, porque si se hiciera así, perderían el poder.

No pretendo, desde luego, que a corto plazo todos los ámbitos de la ciencia se abran a la participación de personas ajenas a la comunidad. Pero existen numerosas experiencias exitosas que muestran que no es una excentricidad permitir que los profanos contribuyan también al avance científico.

Y esto es positivo, aun sabiendo que, con toda seguridad, quedarán aspectos de la ciencia en que la ciudadanía no podrá participar por ser la investigación inseparable del complejo lenguaje de la ciencia. Tal sería el caso de algunos problemas de ciencia básica que requieran del uso de complejas matemáticas. Pero vale la pena avanzar en extender a la población la capacidad de contribuir a la ciencia en diferentes ámbitos.

Francisco Castejón  Consejero del Consejo de Seguridad Nuclear (Las opiniones manifestadas aquí no tienen por qué coincidir con las oficiales del CSN)

Esta sección se realiza en colaboración con el Observatorio de la Ciencia Ciudadana en España, coordinado por la Fundación Ibercivis

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