Tercer Milenio

En colaboración con ITA

bio, bio, ¿qué ves?

Una bacteria bien alimentada, ¿menos peligrosa?

La producción de toxinas por parte de la bacteria intestinal Clostridium perfringens podría depender de sus niveles de nutrientes esenciales, por lo que un aporte extra de nutrientes podría complementar a la terapia con antibióticos para aumentar su efecto.

Estar hambrientos nos puede poner de mal humor
Estar hambrientos nos puede poner de mal humor
Pxhere

En inglés existe una palabra que deberíamos importar al español lo antes posible: ‘hangry’. ‘Hangry’ es el resultado de fusionar ‘hungry’, que significa hambriento, y ‘angry’, enfadado. Esta palabra se usa para describir esa sensación de mala leche que te embarga cuando ya ha pasado un rato desde la última vez que has comido y que se esfuma como por arte de magia justo después de conseguir un tentempié.

No solo los angloparlantes se han dado cuenta de que el hambre nos agria el carácter, ya que numerosos estudios científicos han ahondado en las causas de este fenómeno. Es más, es posible que esto no se limite solo a los humanos: quizá los seres microscópicos también puedan reaccionar al hambre con agresividad.

Cómo está la seguridad alimentaria, lo primero de todo

Pongamos que un día llegas a casa y te sientes tan ‘hangry’ que sueñas con ver el mundo arder mientras te aprietas una ración familiar de albóndigas con tomate. Anoche cocinaste unas cuantas y las dejaste enfriando sobre la encimera, donde aguardan tu regreso. Tienes tanta hambre que ni te molestas en recalentarlas porque, total, no hace frío y del tiempo están muy buenas. Sí que es verdad que te quedaron un poco crudas en el centro, pero dará igual que estén un poco rositas. Están tan ricas con su salsa que no piensas dos veces en el color que tienen.

Eso sí, cuando luego tengas que correr al cuarto de baño por una gastroenteritis aguda ya te acordarás de las albóndigas poco cocinadas, ya. Permíteme que te presente a la causante de tan desagradable situación, la bacteria Clostridium perfringens. Esta bacteria puede encontrarse en algunos alimentos, generalmente en los de origen cárnico. Sus esporas pueden soportar temperaturas de hasta 60ºC, por lo que si no cocinamos bien la carne y, además, no la refrigeramos adecuadamente después, corremos el riesgo de que se reproduzca en nuestras albóndigas y acabemos con una intoxicación.

C. perfringens nos causa estos daños porque produce una toxina que rompe las uniones entre las células de nuestro intestino, haciendo que aumente la permeabilidad de la pared intestinal. Es decir, pasa más agua, lo que provoca diarrea y las carreras al baño. Esto también provoca inflamación, por lo que mientras la toxina sigue en nuestro cuerpo, durante unas 24 horas, también sufriremos cólicos y otras molestias. Casi mejor asegurarnos bien de que la carne está cocinada y no pasar por este mal rato.

Más nutrientes, menos toxina

Hasta ahora se pensaba que las bacterias de una misma población de comportaban de forma idéntica, ya que tienen los mismos genes, como gemelas idénticas. En el caso de C. perfringens, esto vendría a significar que todas las que residen en nuestro alimento mal cocinado estarían produciendo la enterotoxina. Sin embargo, de acuerdo con un nuevo estudio las poblaciones bacterianas podrían ser diferentes de lo que se creía.

Según han observado estos investigadores, no todas las bacterias del grupo producirían la toxina al mismo tiempo. Para descubrir el porqué de esto, se separó a las bacterias para estudiarlas una a una y así poder sacar conclusiones. Y encontraron algo bastante interesante: no todas las bacterias tenían los mismos niveles de nutrientes. Las que tenían niveles altos de nutrientes no producían la enterotoxina, mientras que las que tenían niveles más bajos sí la producían. Esto fue lo que llevó a los investigadores a plantear la hipótesis ‘hangry’.

La hipótesis ‘hangry’

Una vez que observaron que los niveles de nutrientes influían sobre la patogenicidad de la bacteria, decidieron comprobar si podían amansar a las fieras con el equivalente a la barrita de cereales de media mañana. Para ello, administraron acetato al cultivo bacteriano, un ácido graso de cadena corta que les encanta como picoteo. Tal y como sospechaban, darles acetato causó un descenso en la producción de la enterotoxina.

Este descubrimiento podría cambiar la forma en la que abordamos una infección con bacterias. En el caso de la intoxicación causada por Clostridium perfringens probablemente no veamos mucho cambio, ya que habitualmente no se trata con antibióticos porque los síntomas mejoran a partir de las 24 horas, al expulsar la toxina de nuestro cuerpo. Sin embargo, si resultase que otras bacterias patógenas se comportan de la misma forma, podríamos haber dado con una herramienta para aumentar la eficacia de nuestros antibióticos: la merienda. Por un lado, los antibióticos estarían acabando con las bacterias, mientras que, por el otro, el aporte extra de nutrientes podría volverlas menos dañinas y, así, reducir la gravedad de los síntomas. Bacterias y personas, unidas por el ‘hangry’.

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