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Tras el fuego, la vida rebrota

Si las llamas arrasan con todo, ¿cómo consiguen las plantas sobrevivir y comenzar de nuevo con la formación de los bosques perdidos?

Terrenos afectados por el incendio declarado en Añón de Moncayo.
Terrenos afectados por el incendio declarado en Añón de Moncayo.
Fabián Simón / Europa Press

En Aragón se evalúan los daños del voraz, y sobre todo veloz, incendio del Moncayo, que obligó a desalojar a unas 1.500 personas de ocho poblaciones. El incendio de Bejís (Castellón) ha tardado siete días en darse por estabilizado, tras quemar casi 20.000 hectáreas. Fuego ardiendo durante un mes en Zamora en el que, con más de 30.000 hectáreas calcinadas, se ha convertido en uno de los mayores incendios de la historia de la piel de toro. Entretanto, Galicia ha tenido que enfrentarse nada menos que a nueve incendios simultáneos.

Hay que reconocer que el mundo está que arde desde hace al menos un par de años. No solo por los estragos de la pandemia de covid-19, sino por el auge de los grandes incendios forestales (GIF, en la jerga). Ya en 2021, Siberia ardió de mayo a agosto sin descanso, alcanzando un récord de área quemada que superaba los dos millones de hectáreas. Y durante el verano de 2022, los catastróficos incendios forestales se han sucedido a un ritmo vertiginoso en toda Europa, desde Faro (Portugal) hasta Beocia (Grecia). La peor parte se la llevan España y Francia, que incluso ha pedido ayuda a Alemania, Austria y Suecia para reforzar la lucha contra las llamas.

Lo peor del asunto es que se trata de incendios de los llamados de quinta generación, que ni con las más avanzadas tecnologías podemos apagar. De hecho, pueden arder durante semanas o meses y normalmente solo se extinguen con la lluvia o por inanición, es decir, cuando se ha quemado todo lo que se podía quemar.

Si las llamas son imparables y arrasan con todo, cada vez con más saña, ¿cómo consiguen las plantas sobrevivir y comenzar de nuevo con la formación de los bosques perdidos? Tienen sus triquiñuelas.

Hace unos años, investigadores del CREAF siguieron de cerca la recuperación de un bosque quemado en Ódena (Barcelona). Para su asombro, tan solo seis meses después de arder ya empezaban a crecer ejemplares de encina, coscoja, madriño y brezo. Y medio año más tarde, el rebrote cubría hasta el 40% de la superficie quemada. La clave, concluían, está en que las especies rebrotadoras guardan bajo tierra un banco de yemas subterráneas que no son destruidas por el fuego y que crecen como nuevos vástagos cuando todo deja de arder.

Las jaras también son maestras en el arte de resurgir de sus propias cenizas. De hecho, un incendio es una oportunidad de oro para estas plantas. En condiciones normales, muchas semillas de jara caen al suelo y se mantienen enterradas durante varios años, en un estado de inactividad denominado dormancia. Cuando un incendio arrasa el bosque, las elevadas temperaturas hacen que las semillas germinen y se despierten a toda velocidad para colonizar el bosque calcinado. Los pinos, por su parte, no rebrotan, pero si consiguen 'salvar' de la quema alguna que otra piña de las ramas más altas, pueden garantizar su 'relevo generacional'. Eso sí, bastante más despacio que las jaras.

Tener aliados es fundamental, también para las plantas que tratan de sobreponerse a los incendios. Hace poco, investigadores de la Estación Experimental del Zaidín demostraron que, después de que todo arda, el papel de los microbios que sobreviven al fuego es esencial. Concretamente, identificaron unas bacterias del género Arthrobacter que ayudan a que el suelo recupere su fertilidad más rápido en los bosques de encinas.

Con todo y con eso, estas estrategias de supervivencias son insuficientes cuando a lo que se enfrentan los bosques es a incendios de alta intensidad, como viene ocurriendo últimamente. En esos casos, es muy probable que el paisaje cambie por completo cuando las llamas se extinguen, y que los árboles sean reemplazados por arbustos, tal y como sacaba a la luz un reciente estudio publicado en la revista especializada 'Ecosphere'. Salvo que existan islas verdes.

Existen 'islas verdes', zonas seguras que, por distintos motivos, permanecen intactas cuando todo arde y funcionan como 'botes salvavidas' para plantas y animales

Analizando cincuenta años de imágenes satelitales, los Meg Krawchuk, ecóloga especialista en incendios en la Universidad Estatal de Oregón (EE. UU.), ha llegado a la conclusión de que hay ciertos lugares en el paisaje que parecen evitar el fuego incendio tras incendio. Estas 'islas verdes' son zonas seguras que, por distintos motivos, permanecen intactas cuando todo arde y funcionan como 'botes salvavidas', como arcas de Noe para plantas y animales. Es más, según el bosque, hasta el 25% de las especies puede sobrevivir en estos refugios. Cuando el fuego se apaga, funcionan como punto de partida para que el ecosistema se regenere de maneta natural.

¿Pero cómo se salvan de la quema? Los motivos parecen ser diversos. Por ejemplo, en el hemisferio norte, los costados norte de las montañas son lugares propicios para los refugios, porque las plantas reciben menos luz del sol que sus equivalentes en el lado sur. Eso hace que retengan más agua en sus troncos y raíces, además de crecer en suelos húmedos que pueden frenar los incendios.

Krawchuk apuesta por crear un atlas mundial de estos santuarios verdes para entenderlos mejor y tomar medidas que eviten que el cambio climático los borre del mapa. En su opinión, es mucho más eficaz que tratar de reforestar.

Siberia arde

La guerra entre Rusia y Ucrania tiene un efecto colateral del que se habla poco: el avance de los incendios. Con las tropas e incluso los equipos de bomberos desplazados al frente, los rusos no disponen de recursos para plantarles cara a las llamas que arrasan Siberia desde abril.

Que en los últimos años los incendios forestales estén devastando Siberia a una velocidad de vértigo tiene una explicación muy sencilla. Gran parte del suelo de esta región está compuesto por turba, es decir, materia orgánica con cientos o miles de años de antigüedad, muy rica en carbono, y pasto fácil de las llamas. De hecho, en Siberia se han detectado incendios forestales latentes que arden bajo la superficie del suelo durante todo el invierno y reaparecen en primavera. Se les conoce como 'incendios zombi', y liberan mucho humo, más monóxido de carbono de lo normal e incluso mercurio a un ritmo 15 veces mayor que otros fuegos.

El problema no atañe solo a Rusia. Si la situación continúa, podría descongelar parte del permafrost del Ártico. Además, al liberar los gases de efecto invernadero almacenados en la tundra, podría afectar a la temperatura global. 

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