jóvenes que inspiran

Rocío Martínez, costalera: "Somos los pies de la Virgen, hay momentos de sacrificio, pero sacas fuerzas de donde sea"

Esta joven de 20 años lleva seis de costalera en la cofradía a la que pertenece, un perfil muy poco habitual entre las mujeres. 

Rocío Martínez con su tambor, vistiendo el hábito de su cofradía.
Rocío Martínez con su tambor, vistiendo el hábito de su cofradía.
Mario Pastor Sanz

La del costalero o costalera es una labor con una gran responsabilidad: sobre sus hombros recae el peso de las tallas y orfebrería que componen los pasos y que son el orgullo de cada cofradía. Una tarea que, a menudo ha sido reservada a hombres. De hecho, en Zaragoza hay tan solo dos agrupaciones que cuentan con costaleras: la Cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía y la Hermandad y Cofradía de nazarenos de Nuestro Señor Jesús de la Humildad entregado por el Sanedrín y de María Santísima del Dulce Nombre. A esta última pertenece Rocío Martínez desde hace diez años, y, desde hace seis, como costalera, portando con orgullo el paso de palio en el que luce la Virgen, junto a otros 29 compañeros.

Más que una tradición familiar, es una que ella y su madre iniciaron en 2011, ambas en la sección de instrumentos. "A mi madre siempre le había gustado la idea y, un año, decidimos quedarnos en Zaragoza durante las vacaciones de Semana Santa y vimos a esta cofradía. En el momento en el que vimos la sección de instrumentos lo tuvimos claro. No sé cómo explicarlo, pero ver salir los pasos y sentir cómo tocaban hizo que tomásemos la decisión", recuerda Rocío.

La que la llevó a convertirse en costalera llegó cuatro años más tarde, tras una promesa. "En 2015 falleció mi padre y decidí hacerlo. Ahora estoy en las dos secciones: el Domingo de Ramos, que es nuestro día grande, saco el paso de María Santísima del Dulce Nombre y, el resto, toco el tambor", explica la joven zaragozana.

"Por muy cansada que estés, piensas: 'Esto no se puede hundir'"

"Es muy poco habitual ver mujeres costaleras. En mi cofradía seremos alrededor de cinco", calcula. "A veces es un poco duro, hay momentos de sacrificio. Pero lo que te mueve por dentro hace que saques fuerzas de donde sea. Por muy cansada que estés, piensas: 'esto no se puede hundir'", añade. Los días siguientes a la procesión, confiesa que el peso con el que han cargado los músculos de las piernas y el cuello pasa factura, pero asegura que el dolor merece la pena. "Un poco de molestia significa que lo has hecho bien. Y la emoción que has vivido empaña el dolor", asegura.

Rocío, dice, es de las que cierran los ojos y lo vive todo por dentro. Ella y el resto de compañeros se colocan bajo el paso y cargan con el peso en el costal con la confianza ciega de las órdenes de sus capataces para seguir el recorrido marcado y no chocar con nada, ya que no pueden ver el exterior. "Como en Andalucía", apunta. "Nos miden y, según la medida, te colocan en una fila u otra para poder repartir el peso. Si un compañero flaquea, tienes que estar ahí para cargar con tu peso y el suyo, pero sabes que él estará allí pambién cuando tú lo necesites. Así, aunque cada uno lleve la procesión por dentro, se genera un sentimiento grupal muy fuerte. Al fin y al cabo, somos los pies de la Virgen", señala.

Rocío Martínez vestida de costalera.
Rocío Martínez vestida de costalera.
R.M.

Dentro, la joven costalera explica que cada uno lo vive a su manera. "Vas pensando en la penitencia que vas haciendo, rezando... Yo siento emoción, orgullo por mis compañeros y por mí, por la Hermandad, desde el primero hasta el último, incluidos los compañeros que nos han dejado. También satisfacción, por todo el trabajo realizado durante los meses de preparación". Dice que, cuando salen del paso y oyen que les llaman valientes, siente un cúmulo de emociones "impresionante".

Para ella es un momento del año único, en el que el grupo arropa, por lo que dan igual el frío, la lluvia o el granizo. Por eso, cuando el año pasado se canceló la Semana Santa y recibieron la noticia de que por segundo año consecutivo no saldrían, le resultó inevitable sentir una punzada de tristeza. "He vivido estos años de dos formas muy diferentes. El pasado se mezclaron la esperanza y la incertidumbre, porque lo que parecía que iban a ser dos semanas, se convirtió en meses. Este año, como ya veíamos que la cosa no mejoraba, lo tenía más aceptado. Pero es descorazonador estar todo el año ensayando y esperando que llegue el gran día y que al final no llegue", lamenta.

"Yo siento emoción y orgullo por mis compañeros, desde el primero hasta el último, incluidos los que ya nos han dejado"

Aún así, las salidas en procesión no son lo único en lo que invierte tiempo y esfuerzo la cofradía. Como la mayoría, tiene asignada una labor social que trata de cumplir a lo largo de todo el año. En el caso de la hermandad a la que pertenece Rocío,  sostiene una Bolsa de Caridad, dedicada a la prestación de asistencia material a las personas y organizaciones. Tal y como indica la agrupación, entre las acciones de esta Bolsa de Caridad hay una carrera solidaria, donación de sangre, un rastrillo benéfico coordinado por el grupo joven, recogida de alimentos, ofrenda de leche, ayuda a la Asociación San Antonio, ayuda a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret ayuda y colaboración con Cáritas Magdalena. Y una peculiar recogida de alimentos en la que los costaleros aprovechan para ensayar, mientras los donantes pueden lanzar directamente sus kilos de alimento a una estructura repleta de cajas.

Aunque el cuerpo se resienta, Rocío es joven y todavía no ve fecha de caducidad a su periodo de costalera. "Pasan los años y a la promesa que hice le voy sumando más cosas. Es cierto que he tenido momentos en los que me he planteado dejarlo, pero después lo he pensado y he decidido continuar. Además, yo que empecé por una promesa a mi padre, a veces pienso en qué pensaría el si lo dejase. Quizá algún día por alguna circunstancia lo haga pero, de momento, no tengo fecha", asegura.

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