Entrevista

Rosa María Calaf: "Estamos entretenidos, no informados"

Periodista de referencia e incansable viajera, Rosa María Calaf fue durante 37 años corresponsal de TVE en varios países del mundo. Hoy sigue sintiendo "la necesidad imperiosa" de contar lo que pasa en el mundo.

Rosa María Calaf, en Zaragoza
Rosa María Calaf, en Zaragoza
Toni Galán

Viene a Zaragoza de la mano de la Fundación Vicente Ferrer, a contar en el Colegio de Médicos cómo es ser mujer en la India. ¿Cómo es?

Es riesgo de vida. La India es uno de los países más peligrosos. Si logra nacer -hay dos millones de feticidios femeninos al año-, su vida es de discriminación permanente: si hay poca comida, comen menos; aunque ir a la escuela es obligatorio, hay mayor absentismo escolar de las niñas... Toda su vida será considerada una persona de segundo orden. Además, hay un contexto de violencia generalizado y una misoginia perfectamente aceptada, también por las mujeres, aunque ya hay activismo y lucha.

El problema se agrava en la India rural.

En zonas urbanas hay mayor protección y las mujeres son una fuerza laboral muy importante: el 30% de los trabajadores de la industria del software son mujeres en igualdad de condiciones y salario que los hombres. Pero eso no significa que la mentalidad haya cambiado; por ejemplo, es difícil que una mujer viva sola. En el mundo rural los derechos están más desdibujados. Además, aunque la dote está prohibida, se sigue practicando y la mujer se convierte en un objeto de compra/venta.

¿Nuestro bienestar vive de espaldas a la mitad del mundo?

Hoy se nos hace pensar que todo sale de las pantallas, de los clics. Y debemos hacernos preguntas. No podemos mirar hacia otro lado. Ese abuso que sufren millones de personas en el mundo tiene que ver con nuestro despilfarro y bienestar. Por eso son tan importantes las tomas de contacto directas con las personas. La excusa de la diversidad de culturas no es justificación cuando se abusa de los derechos humanos.

Está técnicamente jubilada, pero no puede dejar de contar lo que pasa.

Los periodistas nacemos y morimos. Es vocacional. Por eso sigo viajando mucho. Hay que ir a los lugares y contarlo. Para mí es una necesidad imperiosa. Es nuestra misión y el objetivo de esta profesión: hacer visible lo invisible y contar lo que se calla.

¿La sociedad es consciente de lo que ocurre más allá de su muro de Facebook o su Whatsapp? 

Tecnológicamente tenemos la posibilidad de estar mejor informados que nunca, pero hemos de aprender a usar esa tecnología, dominarla y es al revés: la tecnología nos domina a nosotros. Creemos que estamos informadísimos y lo que estamos es entretenidísimos. Y así se desvía la atención de los temas importantes que deberían estar en primera página -el agua, el cambio climático, la inteligencia artificial...- y hay un enorme riesgo de ser manipulados. Estamos ante un cambio absoluto de modelo, muy entretenidos con los síntomas de los grandes problemas que habría que solucionar.

¿Qué le pasa al periodismo hoy?

El periodismo nunca ha sido fácil. Hoy se pelea en muchos frentes, también por que se entienda qué es el periodismo y qué debe ser: la obligación de dar al ciudadano los elementos de conocimiento que necesita para tomar decisiones con una opinión formada. Pero, sin darse cuenta, las personas han derivado a creer aquello que les gusta, que les resulta atractivo, sin ningún sentido crítico. El periodismo tiene una gran responsabilidad porque hay dos amenazas tremendas. Por un lado, la política que debe garantizar el derecho del ciudadano a estar bien informado no solo no lo hace, sino que lo lamina y lo desacredita, pone palos en las ruedas para que cuanto menos se sepa, mejor. Por su parte, el ciudadano no es consciente de la importancia de ese esfuerzo activo por informarse bien y no protege al periodista, que es su vínculo con los hechos. Nos necesita pero nos olvida, nos abandona. Y gran parte de la responsabilidad es de los propios periodistas. Ha habido una dejadez, a veces con mala intención, pero también por rutinas, indiferencia, ignorancia... Hemos sido poco beligerantes para frenar este fenómeno de desinformación disfrazada de información. Así, se están creando sociedades muy banales, muy dirigibles y muy asustadizas: con miedo a lo desconocido, al riesgo, a perder lo que tienes. Una sociedad asustada tiene muchas dificultades para defender sus derechos.

Ha sido reportera durante 40 años, ¿a qué lugares, realidades o conflictos olvidados habría que mandar hoy un corresponsal?

A África en general. Tenemos simples destellos de lo que ocurre. Conocer la realidad africana nos haría comprender por qué la gente se lanza a cruzar el Estrecho o a saltar la Valla. Nos haría entender que tenemos una responsabilidad en todo esto. Pero a donde habría que mandar gente es a los grandes temas que marcan ese cambio absoluto de modelo.

Los jóvenes se movilizan ahora contra la crisis climática. ¿Qué opina de la figura de Greta Thunberg? Parece que está despertando a su generación.

Esta sociedad necesita símbolos e ilusiones que la impulsen, pero, en esta sociedad de pasarela, hay que tener cuidado de no quedarnos en la camiseta y la manifestación. Hay que pasar al conocimiento de lo que está pasando, a sus posibles vías de solución, qué responsabilidad tenemos, qué estamos dispuestos a hacer y, sobre todo, a quién beneficia que ocurra. Porque si no, estaremos entretenidos pero no actuando.

¿Qué les decimos a quienes no entienden que el feminismo sigue siendo necesario?

Contar una vez más que es simplemente defender los derechos de más de la mitad de la población, que las mujeres tienen que tener las mismas oportunidades y posibilidades. No hay razón de que estén sometidas a la otra mitad. Hay que volver a explicarlo porque hay fuerzas muy poderosas a la que no les conviene y tratan de desacreditar y distorsionar al feminismo. En las épocas en que se prohibía, al ser más evidente, la lucha era más fácil. Ahora se nos quiere hacer ver que está todo conseguido y que no hay que hacer nada. Si la víctima ya no es víctima, deja de luchar. La gran pregunta es a quién beneficia que la mujer tenga menos derechos. No es una lucha contra el hombre ni contra nadie, sino a favor de todos. Una sociedad que cuente con todos sus elementos va a avanzar más y estará más cohesionada. Es una cuestión numérica.

Ha visitado 183 países, ha conocido de cerca muchos lugares y culturas. ¿Dónde siente que está en casa?

En toda la cuenca mediterránea. Es la cultura que por el momento conserva esa mezcla de humanismo que se ha perdido en otros lugares del mundo. Además de la luz.

Hoy ¿qué le llama más: descubrir un lugar nuevo o volver?

Siempre que tengo delante algo nuevo, tengo que verlo. Pero, últimamente, rara vez lo que veo supera lo que he visto. Comparo. Inevitablemente. Ahora lo que hago es volver a lugares, pero, sobre todo, a personas. Comprobar que sigues teniendo conexiones con personas que hace años que no ves.

¿Un viaje por hacer?

Me faltan algunos países, a los que iré. Tengo que buscar el momento para ir a algunos del Pacífico: las Islas Salomon y Naguru. Otros son muy complicados por su situación: Somalia, Eritrea, Yemen.

¿Un lugar, un momento, al que no volvería?

Lamentablemente, a lugares donde, por razones profesionales, he vivido momentos de tragedias tremendas, profundamente injustas, que tienen que ver con conflictos. Por ejemplo a Timor Oriental volví a ver qué había pasado con gente fantástica que conocí y muchos de ellos habían muerto.

¿Qué le atrae del viaje?

Esa absoluta certeza de que voy a aprender. De lo diferente, de lo distinto, aprendes. No aprendes nada de lo que es igual. En el momento en que piense que no me interesa aprender nada, no tendré ninguna razón para seguir aquí.

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