Por
  • Cristina Pérez Galán

Ciudades y mujeres

El espacio urbano no se adapta a las necesidades de quienes cuidan.
El espacio urbano no se adapta a las necesidades de quienes cuidan.
Aránzazu Navarro

Soy zaragozana de nacimiento, y a excepción de algunos años que pasé viviendo en otras ciudades europeas, he pasado la mayor parte de mi vida aquí. Zaragoza es un lugar agradable. Lo es mucho más ahora que hace treinta años, en mi infancia, cuando estaba llena de coches, de ruidos, de humo, de personas todas iguales. La ciudad ha crecido y es más diversa, más verde, más abierta, más interesante. Como bromean las gentes de ‘ZaragozaFelizFeliz’, pese a nuestra creencia de que en Zaragoza nunca hay nada, algunos días se nos amontonan los conciertos, las exposiciones, los bares y los planes para grandes y pequeñas. Sin embargo, Zaragoza, como tantas otras ciudades, está habitada por mujeres pero no está pensada para ellas. Nosotras tomamos el autobús y el tranvía -fíjense una mañana cualquiera cómo se reparte la población en el transporte público-; caminamos por sus calles estrechas y oscuras; cargamos con bolsas, empujamos carritos o sillas de ruedas, lo que nos toque en ese momento. Hasta el siglo XIX las mujeres no paseaban por las calles porque no era decente ni adecuado hacerlo. En el XX empezamos a estar más en ellas, pero con miedo, expuestas, y corriendo de un lado para otro en un espacio que no está diseñado para adaptarse a las necesidades de quienes cuidan y las cuidan, aunque eso está cambiando.

Ojalá la Zaragoza del siglo XXI sea una ciudad acogedora, llena de planes, que piense en quienes la habitan y que nos escuche. El próximo domingo, en nuestra mano está.

Cristina Pérez Galán es historiadora y periodista

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