Los cutos de Lumbier

Cerdos recién nacidos junto a su madre en una granja.
Cerdos recién nacidos junto a su madre en una granja.
Focke Strongman / Efe

Mi contacto más estrecho con porcinos fue en el verano de 1973, en Lumbier, el pueblo navarro de mi padre, donde llaman cuto al cerdo. Se había instalado allí una planta procesadora de embutidos, de manera que los tíos que amorosamente me cuidaron aquellas semanas seguían criando animales a la antigua usanza, mientras sus hijos manejaban en la fábrica máquinas de última generación. En algunas de sus características, este paradójico sistema productivo podría ser hoy una buena referencia, de cara a conciliar calidad, ecología, eficiencia y buena vida animal.

Tuve la oportunidad de presenciar cómo una cerda paría catorce lechones y recuerdo los cuidados que recibieron la madre y las crías. Yo ayudaba a mi primo Carlos para que aquella no aplastara a alguno de sus retoños sin querer y para que todos mamaran, especialmente la lechoncilla más pequeña, a la que llamamos María Luisa, el nombre de la hermana que yo había tenido unos días antes.

Así se trataba entonces a los marranos, aunque no todo era menos cruel que en la actualidad, pues era habitual la matanza tradicional. Yo nunca presencié dicha práctica y mi evocación de aquellos tiempos se limita al mencionado alumbramiento y a los dos o tres cutos de un curioso vecino llamado Sinforoso, deambulando libres por las calles de Lumbier, hasta que a su dueño le daba por salir a recogerlos. La gente decía que se le escapaban, pero yo aún tengo la sospecha de que Sinforoso los soltaba para que la chiquillería corriera delante de ellos como en Sanfermines. Al igual que haría unos años después en Pamplona, yo solo los veía pasar.

jusoz@unizar.es

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión