#NomásÁguedas

Tradiciones como la de Santa Águeda deberían pasar ya al museo etnográfico.

Imagen de Santa Águeda en la iglesia del Portillo de Zaragoza.
Imagen de Santa Águeda en la iglesia del Portillo de Zaragoza.
José Miguel Marco

Cuenta Santiago de la Vorágine en ‘La leyenda dorada’ que la joven Águeda, nacida en el año 235 en Palermo, era noble, rica, hermosa y honesta, y que estas cualidades tuvieron la culpa -en el relato del hagiógrafo- de provocar una pasión obsesiva en Quintianus, procónsul romano del momento, quien la acosó con insistencia. Águeda se resistió sin fisuras, asida a su promesa de castidad. Hoy sería una trampa, pero en aquellos tiempos y otros más tardíos la opción de la castidad o, incluso, la huida a un monasterio podían ser vías de contestación y refugio frente a las imposiciones patriarcales de todo tipo. Enojosamente, los poderosos suelen siempre disponer de una coartada para su voluntad, por muy arbitraria que sea. La voluntad airada de Quintianus cabalgó a lomos de la persecución contra los cristianos decretada por el emperador Decio. Y Águeda fue sucesivamente encarcelada, entregada a una casa de lenocinio, torturada, mutilada de sus senos, y finalmente arrojada sobre brasas ardientes de carbón, a consecuencia de lo cual murió el 5 de febrero de 261.

La férrea resistencia de Águeda no la libró de un sufrimiento inhumano, que la leyenda y la tradición patriarcal han revestido como virtud. Personalmente, me da escalofríos. Tampoco me encandila mucho el carácter de las fiestas urbanas que, cada 5 de febrero, han venido a sustituir a las antiguas tradiciones paternalistas. Hay acervos culturales que convendría mejor situar ya en la sección etnográfica de nuestros museos.

Luisa Miñana es narradora y poeta