Aceptar

Digerir las frustraciones y gestionar las emociones negativas es una de las tareas más complicadas para cada uno de nosotros. Sobre todo en una sociedad que presionabsin parar. Pero si lo conseguimos, ganamos en resistencia y en dignidad.

Uno ha de aprender a modular su ego.
Uno ha de aprender a modular su ego.
POL

Aceptar lo que no gusta cuesta. A mí el primero. Además, en el saco de los disgustos caben muchas cosas, sobre todo emociones. Las propias, especialmente. Porque ahí está uno consigo mismo. Es usted, soy yo quien tiene que negociar cada dosis de frustración. Es uno quien tiene que batallar con su deseo y con la realidad. Es una tarea intransferible. No hay nadie para solventar el dolor o la ira al toparse cara a cara con sorpresas indeseables. Porque ¡haberlas, haylas! y las hay de todo tipo. Cada quien tiene su colección. El simple hecho de vivir distribuye los naipes. Como si hubiera un crupier lejano repartiendo el juego, controlando la partida y llevándonos por sendas ya trazadas. Algo que puede vivirse así o justo al contrario. Destino o libre albedrío. Ninguna de ambas explicaciones es completa. Es un viejo debate sin solución. Sin embargo, es posible respirar, tomar conciencia y pensar.

A lo largo de la vida cada quien torea sus frustraciones como puede. Y en ese arte de lidiar modela, paralelamente, su lista personal de ‘intolerancias emocionales’. Cuanto menos se medita, más opciones para incrementar ese repertorio. Si no se piensa uno a sí mismo, más crece el desconocimiento; lo cual llega a provocar daños en la salud, tanto del cuerpo como del alma. Se asemeja a las ‘intolerancias alimentarias’ tan comunes hoy. Pero una vez se identifican, al cambiar la dieta y modificar los hábitos, los efectos son inmediatos. Lo sabe bien quien descubre que el gluten daña su intestino delgado. ‘Mutatis mutandis’, desarrollamos problemas emocionales por diversas causas, podrían ser todas exógenas, pero la respuesta es ‘autoinmune’. Es decir, la reacción a los disgustos es visceral, está en cada uno. Cuando malogramos un intento de alcanzar una meta, cuando se nos priva de lo que esperábamos, la respuesta está en nuestras tripas. Entonces, en medio del fracaso o de la frustración, el metabolismo emocional es la clave. Es algo que se educa.

La energía que invertimos es variable. Va con el temperamento, pero se entrena. Uno ha de aprender a modular su ego desde la más tierna infancia, salvo que quiera navegar sin saber dónde tiene el timón. Por eso, no queda más remedio que activar la reflexión más íntima. Porque si no, cuanto menos se escucha uno a sí mismo, más complica la posibilidad de resistir. Ahora lo llaman algunos ‘educación emocional’, antes era algo más fácil, bastaba con rezar. En cualquier caso depende de las circunstancias, del bagaje familiar, de los valores y de las creencias; también los más incrédulos tienen su conjunto de axiomas donde sostienen su estar en el mundo.

La insatisfacción como el disgusto están en uno mismo. Producen ansiedad, malestar y envenenan el ánimo. Si la causa fuera la harina de trigo, habría que eliminar ese ingrediente de la dieta. Si es una relación tóxica, lo mejor es olvidarse de ella. ¿Pero qué pasa cuando no es posible? ¿Qué hacen unos padres con un hijo insoportable? Y viceversa, ¿qué hace un hijo con un padre o una madre desquiciante? Los lazos de sangre tejen lugares llenos de luz y de sombra. Son un espacio trágico de suyo. Pero no es el único lugar, ¿cómo sobrevivir en un trabajo envenenado? ¿Cómo sobreponerse a las penurias humanas? El dinero y la riqueza pueden parecer una solución. Pero en lo íntimo, no hay un bálsamo de Fierabrás que sirva para curar las heridas. La combinación del deseo personal, de las normas sociales y de la sabiduría práctica abre puertas para buscar respuesta a los contratiempos siempre presentes en la vida cotidiana. Liberarse de las propias emociones negativas es la tarea más complicada. Quizá sirva la propuesta de Marco Aurelio. Estoicamente, decía en sus ‘Meditaciones’ (Lib. IV, n. 49): «Acuérdate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a la aflicción, de utilizar este principio: no es eso un infortunio, sino una dicha soportarlo con dignidad». Somos libres de vivir con esperanza, incluso cuando las nubes más oscuras siguen impidiendo ver el sol. Nada ni nadie puede expropiar la suerte de seguir respirando.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza