Vidas cambiantes

En occidente la nostalgia es tenida por algo propio de personas débiles. No deberíamos ser tan duros con nosotros mismos y concedernos, de vez en cuando, el placer de la añoranza.

Oriente acepta la nostalgia mejor que occidente.
Oriente acepta la nostalgia mejor que occidente.
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La vida es cambio, según creencias orientales. Mudanza. Transformación. Y asumirlo con naturalidad nos hace más sabios y felices, nos prepara para lo que vaya a venir. Eso en principio debería excluir toda nostalgia, puesto que, si el cambio es beneficioso, no hay por qué ponerse melancólico echando de menos aquello que se fue.

Digo esto a propósito de lo que escribe la novelista belga Amélie Nothomb, que se educó en Japón porque su padre estaba destinado allí como diplomático. En su libro ‘La nostalgia feliz’ se lee lo que me parece una paradoja: mientras que los nipones, que no le temen al cambio, ven la nostalgia con benevolencia, en Occidente, donde el cambio más parece una amenaza que una oportunidad, nos reprochamos añorar lo que nos falta, pues se supone que la nostalgia es de espíritus débiles y con tendencia a la melancolía. «Un valor tóxico del pasado», según palabras de Amélie Nothomb.

Lo de este lado del mundo, pues, parece de tontos. Porque la vida es aceptación y cambio, no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor. Nacemos, crecemos, morimos. Es muy sencillo. Así que no deberíamos ser tan duros con nosotros mismos y concedernos de vez en cuando el delicado placer de la nostalgia. Si lo hacen los japoneses sin avergonzarse, nosotros también podemos hacerlo. Siempre y cuando, eso sí, no nos pongamos pelmazos. Yo ahí lo dejo.