Por
  • María Pilar Martínez Barca

Sin móvil

Para los jóvenes, es difícil concebir la vida sin un teléfono móvil
Para los jóvenes, es difícil concebir la vida sin un teléfono móvil
Sebastien Nogier / Efe

En algunos campamentos de verano ya se practica. Y no sé si Macron y Sánchez tratarían del tema, pero me parece una buena medida que en institutos de secundaria no se permita el móvil en horario de clase. Por diversos motivos.

Haciendo limpieza, poco antes de los caloríferos rigores que parecen, me encontraba con el primer dispositivo de telefonía inalámbrica que cayó en mis manos. Sería frontera de los dos milenios. Un Motorola Amena, con las teclas de encendido-apagado, ok, volumen y flechitas a izquierda y derecha para buscar los números guardados. Lo demás, bajo una tapita que yo no podía manejar. Una antigualla, sí. Aunque de hace dos días. No hace tanto celebrábamos muestro 25 aniversario de licenciatura. Ni búsquedas por Google ni portátiles ni nada parecido. Servidora y su máquina eléctrica y su memoria de pobre paquidermo y tan campante. ¡Bendito aquel Macintosh que me ayudó con la tesina!, pese a aquellos disquetes que había que meter y que sacar y cuya capacidad hoy parece irrisoria.

Y si retrocedemos unas décadas más, muchos de nuestros padres, de seguro, festejaron por carta. En bastantes pueblos castellanos, no entraría el cableado telefónico -y si me apuran el agua en las casas- hasta bien entrados los setenta. Que catalanes y vascos siempre fueron por delante. Y en época de guerra, y de antepasados aún recientes, ¿cuántos meses tardaba una misiva en llegar a su destino?

Una comida o reunión sin whatsapp es impensable. Ver el fútbol sin consultar el móvil no es lo mismo. ¿Quién resiste más de 20 minutos? Te quedas relegado si no envías o recibes un mínimo número de mensajes. La inmediatez nos manda, mucho más que una imagen. Madurar aprisa, el sexo urgente, tener respuesta con un simple clic.

Acumulamos mucho sin procesar apenas; a los jóvenes les urge; los pequeños se las saben todas. A cambio, perdimos la cultura del esfuerzo, de la paciencia que acrisola, del saber discernir si mejor mis propias zapatillas o las de marca. Para amigos, los dedos de una mano; no los miles de Facebook.