Datos

Hoy entra en vigor el Reglamento de Protección de Datos. Por eso estamos recibiendo decenas de correos electrónicos de todo tipo de empresas y proveedores, desde Google a Ikea, para implorarnos que les demos nuestra autorización. Al principio, hace casi un mes, decidí huir del mundanal ruido, pero no por la escondida senda de fray Luis, ¡ojalá!, sino para recluirme con el ordenador y dedicarme en cuerpo y alma a dar mi beneplácito a Facebook o Ryanair. Dicho y hecho. Pero este martes, cuando ya llevaba 23 días leyendo una tras otra todas las ‘condiciones legales de uso’, caí en la cuenta. De repente vi la luz. Y no al final del túnel, sino en la pantalla del televisor. Hablaban de un asteroide que lleva millones de años viajando en dirección contraria a todos los planetas y astros conocidos. Me sentí así. Como un cuerpo extraño marchando a 43.000 metros por segundo en dirección contraria. Y lo entendí todo. Si nadie se lee el manual de instrucciones de un frigorífico aunque le cueste mil euros, ¿quién en su sano juicio pensaba que íbamos a meternos entre pecho y espalda, por ejemplo, los 32.442 caracteres de la ‘Política de Privacidad de Spotify’ si esta aplicación es gratis?

Hasta hoy, los gigantes de internet hacían lo que les daba la gana con nuestros datos sin nuestro permiso. A partir de ahora, harán lo mismo y aún más, pero con nuestra aquiescencia. Ellos ya sabían que no íbamos a tragarnos prolijos documentos hasta dar nuestro consentimiento. Clicamos en el OK sin leer nada y a correr. ¡Si nos conocen mejor que nosotros mismos! Tienen todos nuestros datos desde hace tiempo.