Por
  • Chaime Marcuello Servós

Roba sonrisas

Roba sonrisas
Roba sonrisas
Pol

Los seres humanos nos humanizamos al conversar. El calor de las palabras cocina lo que somos. Nuestro punto de partida es frágil. Nacemos débiles. Necesitamos ayuda nada más llegar al mundo. Es un proceso que no termina, incluso en los mejores años de la vida adulta, seguimos necesitados, modelando lo que somos. Y somos lo que vivimos pero, sobre todo somos lo que pensamos y creemos. Ese pensar y creer tiene un carácter dinámico. No se detiene, es más, nos transciende. Está repleto de palabras que dejamos en las personas que nos acompañan. Voces que dejan su marca en nuestra familia, en nuestras amistades. Algunas, muy pocas, llegan a incorporarse como huella, como tradición. Paradójicamente, a medida que los años pasan, más necesitamos de otros para vivir. Cuanto más envejecemos, más se repite la fragilidad del inicio de la vida.

En estos tiempos de individualismo consumista la ficción de la independencia provoca el espejismo de la autosuficiencia. Y no, no existe la república independiente de mi casa, en un sentido radical. Es decir, al igual que uno no es autor absoluto y radical de su vida, tampoco es posible prescindir de los demás, ni siquiera en casos sociofóbicos. Nos necesitamos unos a otros tanto como las calorías que permiten el metabolismo basal de nuestras células. Junto a la energía fisiológica necesitamos permanentemente nutrirnos de energía emocional. Esta se alimenta de las palabras que portan los significados mediante los que se produce la comunicación con uno mismo y con los demás. Esos diálogos se traducen en códigos socialmente compartidos, en hábitos y rutinas, que llegan a construir costumbres, reglas morales y normas legales. Las palabras nos envuelven y nos construyen más allá de la genética a la que hoy tanto se apela. Lo que somos está en función de las personas con las que nos hemos encontrado, de las vivencias que nos han socializado.

Quien más quien menos ha conversado con distintas personas a lo largo de su vida. Es posible seguir el rastro y la impronta que dejaron, así como también es posible reconocer la señal que nuestras propias palabras hicieron en otras personas. Esas conversaciones mostraron los límites del mundo. En ocasiones, abrieron balcones a respirar aires nuevos. En otras, cerraron puertas con el propósito de limitar nuestros sueños. La tarea personal e ineludible es pensar y mirar desde una posición distinta esas palabras que nos dijeron, las que dijimos y las que nos decimos. Es clave tomar conciencia para ver qué ‘fundas’ mentales nos moldean. Se requiere pasar a un segundo orden de observación. Es un cambio de plano de percepción, tanto para escuchar e interpretar lo que me están diciendo, como lo que respondo y me estoy diciendo.

Es una destreza que no viene activada de serie, pero que está disponible para cualquiera que quiera entrenarse. Es un descubrimiento que transporta de la mirada infantil a la adulta, en la que es posible discernir espíritus. Es una ruptura que cuesta porque obliga a tomar las riendas de las emociones, a encajar frustraciones y digerir disgustos. Esto requiere tiempo para pensar, para domeñar los propios sentimientos y de una cierta dosis de sacrificio. Hace falta voluntad para enfrentarse a la propia conciencia, más cuando el camino se llena de dificultades. Cada quien tiene sus propios miedos y son intransferibles. Así al abrir esa ventana que permite cambiar de perspectiva, crecen las opciones para conversar y actuar.

Las conversaciones sedimentan el poso de lo que somos, ahí se aprende a distinguir. Permite diferenciar sesgos, tendencias y la propia reacción. Aquí está el reto, ¿qué camino quieres seguir? La senda de la asertividad es la más fácil de recomendar, la más complicada de practicar. Si las personas que tienes alrededor colaboran, actúan con generosidad y altruismo, entonces parecerá simple. Pero si te toca lidiar con personajes amargados, criticones y ‘roba sonrisas’, el reto es superior. Somos narradores de lo que vivimos y eso no lo puede cambiar nadie.