Estos días de riada en el Ebro se habla mucho del nivel freático del suelo. Y aunque todos lo estudiamos en EGB (o en primaria, los más jóvenes) y probablemente sabemos que tiene que ver con las aguas subterráneas, quizá alguien haya olvidado a qué se refiere exactamente ese término.

El nivel freático viene marcado por la profundidad que alcanza la capa superior del agua acumulada en el subsuelo. Allí, además, la presión es similar a la atmosférica.

Bajo nuestros pies, a distinta distancia de la superficie, puede haber acumulaciones de agua que se forman por filtraciones. Cuando ese agua encuentra un estrato impermeable queda retenida y se forma así un acuífero.

Sobre él, habrá una capa de tierra seca o con muy poca humedad. El acuífero, por contra, es una zona saturada de agua. Esta, a veces encuentra un camino de salida y se convierte en un manantial. Otras, podemos recuperar el agua mediante la excavación de un pozo. El agua freática, en principio, no sirve para el consumo humano, aunque sí puede usarse para regar el campo o para limpiar las calles, por ejemplo. Además, en zonas con problemas de sequía -y tras su posterior tratamiento- es una alternativa para el suministro de agua potable a la población.

La existencia de estas acumulaciones de líquido viene muy determinada por la pluviosidad y, en el caso de lo ocurrido estos días, por el volumen de agua que transportan los ríos cercanos. Con la riada, el agua del Ebro ha empapado el subsuelo y ha hecho que la capa freática llegue hasta la superficie o muy cerca de ella. Por eso se han inundado muchos garajes y por eso, como explican los bomberos, no tiene sentido intervenir hasta que el freático baje: por mucho que achiquemos el agua, si todo el subsuelo de alrededor está empapado, el agua volverá a colarse.

Hay que esperar a que el nivel freático baje y será entonces cuando puedan limpiarse los destrozos sin riesgo.