Gripe

La gripe es como estar muerta en vida y tener que seguir funcionando. Es tener machacados tus riñones, tus piernas, tu espalda, y una garganta llena de chinchetas, mientras la cabeza se abomba y obnubila y te machaca las sienes. La gripe es una puñeta, ‘puñeta mundo’ que decía mi abuelo José cuando algo se le mal cruzaba. Es una de esas enfermedades perennes que con la edad acabas buscándote en la vacuna, y cuando lo haces te dices que esto no ha hecho sino empezar, que en nada estás metida en eso del copago para pensionistas que niega/confirma la ministra de Sanidad Dolors Montserrat. La gripe es un mal de temporada que este año da fuerte y que a mi me tiene agarrada por fanfarrona, porque a mis chicas del gin les dije que yo nunca la cogía, que ni siquiera me acatarraba...


La gripe me da desgana, mucha desgana, y me lleva a mirar aún peor a Donald Trump y a hacerme cruces de cómo es posible que esté donde está un tipo así, y en cómo de harta debe andar la sociedad norteamericana como para haberle llevado hasta la Casa Blanca, mientras confío en que nuestro hartazgo casero nos haga ser algo más inteligentes. Trump, que no tiene quien le cante ni quien le vista para su toma de posesión, ni siquiera a su hierática y estereotipada mujer, que coloca a su yerno nada menos que a su derecha en el Despacho Oval, que se mofa de periodistas y censura medios de comunicación, ha situado a Estados Unidos en un momento delicado, y que, de seguir así, o cae él o cae el país.


Pero no quiero hablar de Trump sino de la buena gente, de quien se molesta en escribirte por Navidad sin conocerte, solo porque le llegas, y que alegra la vuelta a la normalidad. De la muerte de Zygmunt Bauman, el pensador solido del mundo líquido, el que nos alertó de que estamos en una nada que se esfuma solo de mirar, cuyas denuncias sobre lo efímera y vacua que es la sociedad y la política de hoy deberían haber puesto en solfa a todo nuestro cerebro y corazón frente a los Trump que todo lo perturban.


Será la gripe.