​De volcanes por el Danakil

En el noreste de Etiopía se encuentra el punto más bajo del continente africano, un lugar desconocido para los turistas que guarda uno de los paisajes más espectaculares que la geología puede ofrecer.

Lago de lava del volcán Erta Ale, en Danakil (Etiopía).
Lago de lava del volcán Erta Ale, en Danakil (Etiopía).
Nacho Martín

El punto más alto y el más bajo del continente africano son ambos fruto del mismo accidente geológico, el llamado valle del Rift. El Kilimanjaro es conocido en el mundo entero y recibe la visita de decenas de miles de turistas cada año. Sin embargo el más bajo, la depresión del Danakil, en el noreste de Etiopía, es un perfecto desconocido que apenas acoge visitantes pero que guarda alguno de los paisajes más espectaculares que la geología puede ofrecer: lagos de lava borboteante y formaciones minerales con colores y formas que hipnotizan el cerebro.


En el colegio se aprende que África se está partiendo en dos y que dentro de muchos miles de años el cuerno de África habrá separado del resto del continente. El agua del océano Índico inundó hace tiempo la parte del Rift que sube hacia el valle del Jordán, en lo que conocemos como mar Rojo. Por el momento las tierras eritreas contienen al océano, evitando que avance hacia el sur del Rift, pero una gran parte del Danakil se encuentra ya bajo el nivel del mar, y sigue hundiéndose, con la consiguiente actividad volcánica. El resultado es un paisaje duro, desértico, con coladas de lava petrificadas flanqueadas por los conos volcánicos que las originaron.


Hoy solo los nómadas afar se atreven a moverse por la zona persiguiendo los pastos que se asoman entre las rocas volcánicas. El paisaje es el decorado ideal para una película de planetas remotos de la guerra de las galaxias. Solo humanizado por los rebaños de los afar y sus viviendas esféricas, cubiertas de esteras, que aparecen de tanto en cuanto como si fueran iglús del desierto. La dureza del terreno ha forjado sin duda el carácter de los que lo habitan. Hasta los años 30, los hombres afar exhibían con orgullo los genitales extirpados a los forasteros que osaran adentrase en su territorio. Hoy las cosas están mucho más tranquilas, pero es habitual ver a los hombres pasear con su fusil kalashnikov colgado al hombro.


En este entorno tan hostil, en medio de la depresión del Danakil hay unos puntos de interés que son capaces de atraer cientos de aventureros de todo el mundo. El que me hizo mirar con detalle por primera vez esta parte del mapa fue el volcán Erta Ale, que en la lengua afar local se traduciría por “montaña de humo”. Este pequeño volcán de escudo pasaría desapercibido entre las moles que lo rodean de no ser por su peculiar actividad volcánica. Desde que comenzó la última erupción en 1967, es el volcán que todos hemos querido escalar. En su cráter, la lava forma un lago que te permite acercarte sin peligro y disfrutar embobado del espectáculo que da la roca fundida a más de 1.500 grados.


Los movimientos de convección del magma impiden que la lava se enfríe lo suficiente como para taponar la chimenea. Solo la superficie del lago se endurece levemente formando unas láminas más oscuras que en pequeña escala emulan en su movimiento las placas tectónicas de la tierra. El amarillo brillante de la lava que sale empuja unas placas contra otras haciendo que por otros lados se hundan con un color rojo vivo. Todo ello amenizado por el ruido del borboteo constante y las explosiones de una fuente de lava que no cesa de lanzar su versión particular de fuegos artificiales. Si eres de los que te gusta quedarte mirando el fuego, aquí tienes la versión profesional de tu afición. Puedes pasarte horas sin pestañear.


La altura de la lava en el lago sube y baja. En ocasiones llega a desbordarlo e inunda la caldera. La última vez fue en enero de 2016, unos días después de mi visita, en la que el lago estaba ya muy alto. Eso hace que la caldera esté cubierta de lava pahoehoe joven que cruje bajo tus pies mientras avanzas hacia el cráter. Los alrededores del lago sin embargo tienen un aspecto como de pradera, pues están cubiertos de unas largas y finas fibras de cristal basáltico verdoso, conocidas como cabellos de Pelé, en honor de la diosa hawaiana de los volcanes, y de pequeñas perlas negras, las lágrimas de Pelé.


Este paisaje en blanco y negro se transforma en un mundo de color al coronar el volcán Dallol, en la parte norte del Danakil, muy cerca de la frontera con Eritrea. Rodeado por la blanca costra de sal del lago Karum, este peculiar volcán, que más bien parece una simple colina, se levanta desde una profundidad de 125 metros bajo el nivel del mar. Aquí la lava cede el protagonismo a las emanaciones de gases y agua acidificada que, tras atravesar las profundas capas de sal, arrastran minerales que acaban solidificando en las formas más caprichosas que uno pueda imaginar. Los depósitos de minerales de azufre, hierro, manganeso y potasio crean una paleta de colores irreales que dan un aire mágico al lugar.


Bordes amarillentos y anaranjados delimitan piscinas de agua verdosa. Pináculos gaudinianos se alternan con discos que recuerdan por sus anillos concéntricos a árboles talados. Da apuro caminar sobre esta maravilla de la naturaleza, pues uno no quisiera alterarla. Pero no hay que preocuparse. Toda esta explosión de color está viva y se mueve de una zona a otra del cráter siguiendo las emanaciones de las profundidades. Donde los gases dejan de fluir, el color se apaga poco a poco y se vuelve pardo. Sigue quedando la forma daliniana, pero el color se está formando en otra parte, creciendo como si fuera un organismo vivo.


En los alrededores se pueden ver los restos de lo que fue una mina italiana de extracción de potasio, que en los tiempos en que estuvo en funcionamiento, registró la temperatura media más alta de la tierra en la que haya vivido gente. En verano se sobrepasan fácilmente los 50 grados a la sombra, si es que se encuentra algo que tape el sol. Aparte de los turistas, los únicos que se atreven a meterse en este horno son los trabajadores afar que extraen la sal del lago, usando técnicas que no han variado desde hace cientos de años.


Con la ayuda de estacas y hachas primitivas se hace saltar la costra de sal, que luego será cepillada a mano hasta formar baldosas de unos 4 kilos conocidas como amole. Un buen trabajador puede pulir unas 200 baldosas en un día, que se irán apilando junto a los camellos. Tras una abrasadora jornada de trabajo, al atardecer se carga la sal y se pone en marcha la caravana que la llevará hasta las tierras altas donde su valor se multiplica. El progreso ha traído una carretera asfaltada hasta los alrededores del lago y en ella todavía se cruzan los camiones con las largas hileras de camellos. Un anacronismo que por desgracia el “progreso” no tardará en borrar para siempre.Datos prácticos

Recorrer el Danakil no es fácil. Para la visita se necesitan permisos especiales y escoltas policiales que disuadan a los nómadas afar que pueblan la zona a volver a sus antiguas tradiciones. En el pasado ha habido algún episodio aislado de secuestro de turistas, por lo que hay una fuerte presencia militar que escolta a los turistas en ambos volcanes.


Es una zona sin cobertura móvil y sin transporte público, por lo que es necesario entrar con al menos dos vehículos 4x4 para poder salir a pedir ayuda en caso de que algo no marche bien. No existen hoteles y hay que llevarse todo el agua y alimentos necesarios para el recorrido. Por todo ello no se puede recorrer esta región por libre. Las agencias de Mekele y Addis Abeba organizan expediciones periódicamente. Los recorridos habituales desde Mekele, la ciudad con aeropuerto más cercana, oscilan de tres a cuatro días si se quieren ver los dos volcanes y la extracción de sal.

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