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¿Qué hay detrás de la falta de salud mental de los jóvenes?

Algunos apuntan al desempleo, las redes sociales o la presión social. Los expertos deducen que todo esto influye pero señalan la falta de educación en las emociones como principal causa.

Las redes sociales tienen muchos aspectos positivos, pero el problema es cuando nos hacemos esclavos de algo, cuando domina toda nuestra vida. Pixabay
Las redes sociales tienen muchos aspectos positivos, pero el problema es cuando nos hacemos esclavos de algo, cuando domina toda nuestra vida. Pixabay
Heraldo

“Tenía y tengo salud, mis padres estaban y están bien, con mi novio todo iba y va bien, con mis amigos todo genial y acababa de encontrar un trabajo nada más terminar la carrera. Era afortunada, pero mi abuelo había muerto. Al principio, pensé que era normal, él había sido un pilar para mí, me había cuidado desde pequeña, y que era normal que echase de menos comer cada dos domingos en su casa. Pero lo que en un primer momento fue echarlo de menos, llorar o estar triste, es decir, lo que se presupone normal, se convirtió en mi día a día. Lloraba estando en cualquier parte y eso me creó ansiedad. Yo no quería llorar delante de nadie: para mi padre era su padre, y eso es mucho más duro, ¿no? Y mi novio había pasado por situaciones mucho más injustas, al fin y al cabo, mi abuelo tenía 91 años”. Este es el relato de Ana, nombre simulado porque no quiere identificarse, una chica aragonesa de 24 años. Como ella, el 30% de los jóvenes de 15 a 29 años de España, lo que supone que un total de dos millones de personas han tenido síntomas de problemas de salud mental en el último año, pero tan solo la mitad habría pedido ayuda, según la Confederación Salud Mental España.

“Lloré en todos los sitios y a todas horas. Lo hice hasta que mi novio decidió llamar a mis padres. Él me había aconsejado ir al médico y contarle lo que me pasaba, pero yo no quería, si iba al médico era reconocer que me estaba hundiendo por algo que se presupone natural (como es la muerte de una persona de 91 años). La verdad es que en el único momento en el que conseguía esconder cómo me sentía era con mis padres, bueno, la verdad es que tan apenas iba a casa porque ellos, que saben cómo soy, sabían que no estaba bien. Y entonces los evitaba y no iba a verlos. Así que un día mi novio decidió que si yo no era capaz de pedir ayuda, la pediría él. Y así, un martes, tras haberme pasado la noche llorando, al volver del trabajo mis padres estaban en casa explicándome que tenía que pedir ayuda. Habían pasado ocho meses desde que muriese mi abuelo y yo por el miedo a llorar en público y la ansiedad que eso me provocaba, cada vez salía menos. Lo acepté y fui”, explica.

"En las redes sociales se venden ideales que no son posibles de alcanzar"

 “No es que tuviesen razón es que no sé por qué no lo hice antes. Ahora se lo recomendaría a cualquiera, es increíble cómo hablando sin miedo a que me juzguen me di cuenta, con los mecanismos que me dio mi psicóloga, a la que ahora visito una vez al mes o mes y medio, que a la muerte de mi abuelo había que sumarle muchos factores. Dejé el trabajo, porque era una de las cosas que no funcionaban en mi vida. Yo no me había dado cuenta porque pensaba que tenía que sentirme afortunada no solo por tener un empleo, sino por no ser becaria. Ahora sé gestionar mejor mis sentimientos, aunque todavía sigo aprendiendo”.

La historia de Ana es la historia de muchos jóvenes aragoneses que no piden ayuda debido a ese estigma social, un miedo que hace que pidan ayuda mucho más tarde de lo que se habría tenido que pedir. “Ojalá viniese antes la gente al psicólogo porque la prevención es la mejor intervención, no vengas cuando ya no puedas más, ven un poquitín antes, porque es mejor para ti”, indica Samara Sáez, psicóloga sanitaria de la Asociación de Trastornos Depresivos de Aragón (ATDA). “La gente no pide ayuda por este estigma social que todavía existe de que si vas al psicólogo es que estás loco, cuando mi objetivo es dar una herramientas para que seas adaptativo, y también por eso de ‘bah, pero si yo puedo’. Esto unido a que nos comparamos con personas que tienen mayor número de problemas que nosotros y a que sabemos que nos vamos a enfrentar a nuestros problemas”.

La realidad, según apunta la misma, es que en los últimos años se ha notado que aumentado la población infanto-juvenil que carece de salud mental, “por lo que empezamos a plantearnos qué está fallando a nivel social”. “Las redes sociales, la precariedad laboral y la presión social en parte, y solo en parte, sí influyen, e insiste la psicóloga de la AFDA en el hecho de que solo es “en parte”, que continúa: “En las redes sociales se venden ideales que no son posibles alcanzar; el mundo laboral y las expectativas puestas son también muy frustrantes para los jóvenes de hoy en día”. A lo que añade Santiago Gascón, profesor del departamento de Psicología y Sociología de la Universidad de Zaragoza: “Las redes sociales tienen muchos aspectos positivos, pero el problema es cuando nos hacemos esclavos de algo, cuando domina toda nuestra vida. Y aunque la tecnología está para ahorrarnos tiempo, cuando recibimos información de muchas fuentes simultáneamente, cuando debemos procesar todo rápido y dar respuestas rápidas corremos un alto riesgo de desbordarnos y de colapsarnos. Por otra parte, el trabajo es un ámbito en el que se dan muchos factores estresantes, pero ninguno tan dañino como el desempleo y la pobreza, puesto que la falta de trabajo no solo tiene consecuencias económicas, sino también psicológicas. No olvidemos que en esta sociedad se nos identifica por lo que somos: ‘profesor’, ‘enfermero’,… y no tener un empleo, en esta cultura, es ‘no ser nada’”.

"Se decide pedir ayuda cuando se tambalea todo nuestro mundo, pero se debería venir antes"

Aun así, en palabras de Sáez, el problema no se encuentra principalmente en estos factores: “Nos hemos dado cuenta que el fallo se encuentra en la base educativa, que no en el sistema educativo, ¿qué quiere decir? Que no estamos dando una psicoeducación o una educación en emociones porque nosotros tampoco la tenemos. Nos han enseñado las emociones: estoy triste, estoy contento, estoy enfadado…, pero va mucho más allá. Las emociones te dicen, por ejemplo, que cuando estás triste no te baja la energía porque sí, sino que lo que te está diciendo la tristeza es ‘oye para y reflexiona, que hay algo que no va bien en tu vida o que algo no funciona como a ti te gustaría’. El problema es que no sabemos detectar y gestionar las emociones. Además, resolvemos los conflictos de los niños o de los jóvenes para que no sufran o para que lleguen donde quieren. En vez de hacer eso, les deberíamos de enseñar a tomar distancia del problema, ver qué tipo de persona quieren ser y a partir de ahí darles la capacidad de que decidan y de que se equivoquen. Pero claro para enseñar a gestionar las emociones, tendríamos que aprender nosotros a gestionar nuestras propias emociones porque al final aprenden viéndonos”.

A esto se une, como comentaba Sáez antes, que “se decide pedir ayuda cuando se tambalea todo nuestro mundo, pero se debería venir antes”. La misma señala a su vez que las redes sociales, en este caso, están actuando a su favor: “No solo cada vez más instagramers reconocen que venden una parte de su realidad, sino que además, otros como La Vecina Rubia apuestan por la salud mental”. Pero, ¿cuándo se debe acudir al médico en caso de estar falto de salud mental? “En todos los casos, se debe acudir a nuestro médico de familia, él nos recomendará, o no, ir a un especialista”, señala Gascón. A lo que apunta Sáez que “la realidad es que en épocas de crisis, se suele recortar no solo en salud mental, sino también en ocio que favorece la salud mental”.

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