Por
  • Ana Alcolea

Postales

Ejeanos portando trajes típicos en antiguas fotografías
Postales
HERALDO

Miramos viejas postales y viejas fotos. Hace cien años, algunas fotos se transformaban en postales por obra y gracia de fotógrafos que creaban la ilusión de que el fotografiado tenía mejor vida de la que en verdad tenía. 

Fotos que llegaron del otro lado del océano en las que los protagonistas han planchado sus trajes de domingo con almidón armado; en que las señoras han ondeado sus cabellos con tenacillas calientes; en las que posan ante micrófonos imposibles mientras leen, serios, una alocución en la que parece que van a anunciar el final o el principio de una guerra. Las caligrafías en los reversos son tan elegantes como los trajes y los peinados mentidos de los que posan. E igualmente ajenas: manos pagadas y desconocidas escribieron aquellos mensajes, en los que aquellos que habían cruzado el mar deseaban un feliz aniversario a aquellos menos osados que se habían quedado en tierra. Dedos que repetían una y otra vez las mismas consabidas palabras, que tanto valían para un roto como para un descosido. Aquellos escribas, escribientes, escribidores ponían su pluma y su tinta para consolar o provocar envidia en los que seguían en su pueblo, en su ciudad, en su país. Las fotografías mostraban las mismas mentiras que la tinta; y los que no eran sino parte de un coro de secundarios se convertían en los astros más rutilantes. Todos parecían estrellas de celuloide. Solo si se mira muy atentamente, se adivinan en sus ojos y en sus sonrisas los signos de la melancolía y de la nostalgia. Así somos y así es el mundo: si se observa más allá del boato, se ve la miseria que escondemos.

Ana Alcolea es escritora y premio de las Letras Aragonesas 2019

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