Por
  • Ana Alcolea

¿Primavera?

¿Primavera?
¿Primavera?
Pixabay

Que "la primavera la sangre altera" es algo que tenemos interiorizado desde la primera vez que escuchamos ese refrán, tan mentiroso y tan verdadero como todos los refranes. 

Ya sabemos que hay refranes para refutar lo que otros afirman. La sabiduría popular es así: tiene explicaciones para todo.

Justifica el ruido que emiten los padres y las madres de la patria, o de la matria, porque ya se sabe que "mucho ruido y pocas nueces". Son solo palabras, dicen, y a "las palabras se las lleva el viento", pero no es verdad. Las palabras se quedan en el aire, quietas, al acecho, esperando a que alguien las atrape con buena o con aviesa intención. Las redes sociales "arden" escudadas en el anonimato o en el "a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga", o sea, "que cada cual aguante su vela", o en "tirar la piedra y esconder la mano". Total, vivimos en un mundo en el que todo vale y muchos aprendices de gurús se creen que su opinión interesa a todos. Yo misma tiendo a creer que lo que escribo puede interesar a alguien: vanidad de vanidades. Vivimos con la sangre tan alterada durante todos los meses del año que se nos olvida que muchos trenes no paran en todas las estaciones; que el mundo va más deprisa que nosotros; que el ruido propio y el ajeno no nos deja oír la música de las esferas celestes que tenemos cada uno escondida en algún lugar recóndito de nuestra memoria colectiva y ancestral. Nos rodean mascletás continuas, tamborradas estridentes que llegan cada primavera para recordarnos, por si se nos había olvidado, que en este mundo el ruido es más poderoso que la armonía celestial.

Ana Alcolea es escritora, premio de las Letras Aragonesas 2019

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