Y Europa, ¿qué?

Y Europa, ¿qué?
Y Europa, ¿qué?
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Europa vegeta plácidamente en las verdes praderas belgas abarrotadas de funcionarios y de ‘lobbies’ ocupados en resolver nimiedades y redactar copiosos reglamentos. 

Las grandes cuestiones resbalan un poco por las laderas de las instituciones, que se despachan con comentarios del tipo: "eso son cuestiones internas", cuando se trata de cosas que podrían afectar a la misma esencia de ese ente europeo que no acaba de arrancar, salvo en lo que a las cosas de los mercaderes y a los dineros se refiere.

La delicada Europa no entra en los asuntos que verdaderamente debieran interesar a los europeos, son temas escabrosos y es mejor mirarlos de soslayo que pronunciarse y construir una verdadera Europa política, afán que fue, en última instancia, la mira a distancia de los padres fundadores, hoy olvidados por una burocracia abrumadora. Es por eso por lo que, interrogadas estos días las más altas instancias europeas sobre los acontecimientos españoles, se ha respondido con la frase ya dicha: "No hay comentarios; son cuestiones internas".

Algunos esperan, ingenuamente, que la intervención de las instituciones europeas frenará el posible deterioro de la democracia en España

Hay en España mucha buena gente ingenua que ha depositado su esperanza en que Europa nos ayude, por decirlo así, a zanjar y resolver algunos asuntos que nos preocupan, esperando pronunciamientos o soluciones emanadas de las altas instancias de la Unión Europea. Yo pienso, en contra de ese buenismo confiado, que Europa no va a mover un dedo, no va a hacer absolutamente nada, no se va a inmiscuir en los asuntos que, según esa doctrina tradicional de ponerse de perfil, son propios y exclusivos de cada uno de los países miembros.

Europa ha vivido –y en cierto modo sigue viviendo– una historia de amor y de desamor con España. En nuestra historia de relaciones ha habido etapas de desprecio, de humillación, de desconfianza…; pero también otras de envidia, de admiración y de respeto. De formar parte del mundo más allá de los Pirineos hacia el sur, España ha pasado a ser parte del núcleo duro de la Unión Europea, aunque la idea de ‘unión’ sea algo más gaseosa que sólida.

No es probable que suceda así, más vale que seamos nosotros mismos quienes acertemos a encontrar soluciones

Y si Europa se muestra timorata, vacilante o indecisa a la hora de establecer su escala de valores, de aplicación en todos sus espacios como rezan los tratados, estará haciendo un flaco favor a la validez y al futuro de su propio proyecto. Es decir, que debería mojarse algo más. Pero no lo hará. Miren ustedes lo que ha hecho en Hungría o Polonia cuando sus regímenes se han desmandado o desviado de los principios europeístas. Por mucho, poner alguna tirita.

Por eso España tiene que resolver sus problemas por sí misma y no esperar que Europa venga a nuestro rescate. Dudo que resuelva nada cuando se eleven cuestiones jurisdiccionales con relación a la Ley de Amnistía; dudo que intervenga o se pronuncie siquiera ante asuntos que tienen que ver la Justicia; en fin, que lo más que podemos esperar es una mirada compasiva acompañada de una reflexión: ¡si es que ustedes no tienen remedio! Y puede que tengan razón.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Luis de Arce en HERALDO)

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