Quizá al borde del abismo

Quizá al borde del abismo
Quizá al borde del abismo
Pixabay

Al hacer fuerza habrá reacción, en principio de la misma intensidad, pero puede ocurrir que sea más fuerte la reacción que la acción. A quien reacciona, si se ha visto muy agraviado o descolocado, toda reacción le parecerá poca. 

Claro que quien detona la primera sacudida del nuevo ciclo ha podido pensar o sentir o ambas cosas que estaba siendo agraviado o violentado y que no podía aguantar más. Del mismo modo quien reacciona podía pensar o sentir lo mismo, o sea, que le estaban agraviando o violentando desde tiempo atrás y que su situación era insoportable. Es un esquema típico de una infancia asilvestrada y sin control que se ha extendido a otros entes, en principio, y en teoría, formados por adultos, que quizá han visto que da resultados a corto plazo en otros escenarios: copiar conductas y tácticas es habitual, pese al elogio retórico hacia la innovación, que se reserva para otros ámbitos, acaso exóticos, o para ninguno. Este modus operandi de beligerancia extrema lo suelen practicar rivales de la misma envergadura y recursos similares, de lo contrario el más poderoso elimina al débil; de hecho el más poderoso de cada bando trata de eliminar a su semejante más enclenque –a veces un esqueje suyo–, y de reforzar al enclenque del rival. La pelea se reproduce también en el seno de cada uno de los brutos cuando su líder no es tan agresivo como para inspirar temor entre los suyos. Cuando este conflicto se dirime en un contexto frágil, donde los rivales se han apoderado del sistema –hasta el punto de que lo necesitan para sobrevivir y cada día toman un nuevo trozo del mismo– y no quedan elementos para ejercer cierto arbitraje o moderación, la situación, como se ve (o quizá no se ve), es muy peligrosa.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Mariano Gistaín en HERALDO)

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