Por
  • Carlos Martínez de Aguirre

Una sociedad ‘bipolar’

Una sociedad ‘bipolar’
Una sociedad ‘bipolar’
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Uno de los grandes logros de nuestra sociedad tiene que ver con la creciente sensibilidad social hacia la personas con discapacidad psíquica, y las mayores posibilidades de desarrollo personal, formación e integración social y profesional con que cuentan, debidas en parte a importantes avances en los conocimientos relativos a dichas discapacidades, a los medios para potenciar el desarrollo de las personas a las que afectan, así como a una inversión económica significativa por parte de los poderes públicos. 

Esto ocurre, por ejemplo, y muy destacadamente, con las personas afectadas por el síndrome de Down.

Pero para eso tienen que conseguir nacer, lo que en nuestro país es francamente difícil: baste señalar que solo el 17% de los niños con síndrome de Down llegan a nacer, porque el 83% restante es abortado, precisamente por padecer ese síndrome. De acuerdo con algunos estudios, España se sitúa así a la cabeza de Europa en el aborto selectivo de niños Down, seguida por Portugal (80%) y Dinamarca (79%). En el otro extremo, se situaría Irlanda, con solo el 8%. Hay así una progresiva y silenciosa desaparición en nuestro país de todo un grupo de seres humanos a los que, teóricamente, cuidamos con esmero y dedicación: una suerte de ‘solución final’ que acabará con la efectiva desaparición de las personas con síndrome de Down, y de la riqueza que aportan a la sociedad, desde muchos puntos de vista.

La ‘bipolaridad’ social es evidente, porque lo que estamos haciendo como sociedad es dar todas las facilidades para que no lleguen a nacer, pero si superan esa peligrosísima primera fase (y recordemos que no llegan a superarla el 83%), entonces les atendemos, les cuidamos, les apoyamos, y nos volcamos con ellos.

En la sociedad española ha arraigado una extraña dualidad respecto a las personas con síndrome de Down. A la gran mayoría se les impide llegar a nacer

Esto se agrava cuando se pretende convertir el aborto en un derecho fundamental, como ha propuesto recientemente el Parlamento Europeo: si esto fuera así, resultaría que ese 83% de seres humanos con síndrome de Down no nacidos son eliminados a través del ejercicio de un sedicente ‘derecho humano fundamental’ de otro ser humano. Otras consideraciones aparte, como jurista no soy capaz de concebir un derecho cuyo contenido consista en la eliminación de una vida humana, aunque sea no nacida: menos aún, si se pretende que ese derecho sea nada menos que un derecho humano (en lo que todavía está lejos de alcanzarse el consenso, afortunadamente).

En ocasiones se dice que es una crueldad traerlos a un mundo en el que van a ser muy desgraciados. Permítaseme un recuerdo, de hace ya bastantes años. Unos buenos amigos nuestros tenían (y tienen) un hijo con síndrome de Down, de alrededor de un año; fueron invitados a un programa de la televisión regional, precisamente sobre las personas con este síndrome. Intervenía también una joven de unos 25 años con síndrome de Down, a la que llamaremos María, y varias personas más. Una de ellas, era un médico, que usó en repetidas ocasiones esa idea (es una crueldad dejarles nacer), prácticamente reprochando a mis amigos que hubieran traído al mundo a su hijo Down, porque iba a ser inevitablemente desgraciado, maltratado y marginado. María contó su experiencia de vida y las cosas que hacía con su familia, entre la atención y las sonrisas de todos. El programa finalizó con una pregunta hecha por la presentadora a María: "¿María, eres feliz?". Y María, con una sonrisa de oreja a oreja, dijo: "Yo soy feliz en todos los lugares en los que estoy". Pero nuestra sociedad parece empeñada en negar esa felicidad al 83% de los que podrían tenerla.

Carlos Martínez de Aguirre es catedrático de Derecho civil

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