Por
  • Alberto Jiménez Schuhmacher

Árboles verdes

Árboles verdes
Árboles verdes
Pixabay

Ser científico posiblemente sea la segunda mejor profesión del mundo. Margarita Salas solía recordar a menudo una frase de Max Delbrück, padre de la genética molecular, que decía que "si uno no tiene cualidades para ser un artista, qué otra cosa puede ser sino un científico". 

Tengo muchos amigos artistas. Escritoras a las que adoro y que incluso han camuflado a Cajal en sus textos, bailarines únicos, irrepetibles, actores que incluso se atreven con los genomas, cantantes, escultores o pintores. Tienen algo especial. Todos. Inspiración, imaginación, pasión, talento. No sé si es la genética o el ambiente. O ambas. De ellos aprendo en cada conversación y en cada (y de cada) una de sus obras sea leyendo, escuchando, observando. ¡Emocionándome!

Las hojas de los árboles no son verdes. Los troncos tampoco son marrones. Esto lo aprendí del maestro Pepe Cerdá en la primera clase de pintura que me dio. Tenía razón. Míralos bien. Pensamos en un árbol y cogemos una pintura verde para la copa y otra marrón para el tronco. Pero míralos bien, ninguno es verde. Los hay negros, amarillos, grises, marrones, rojos, de troncos blancos. Ninguno es como los pintamos. Debemos aprender a mirar, a observar. Le ocurre también al cielo y a las nubes. También le pasa a la Ciencia.

La investigación es un proceso creativo extraordinario, cuando la burocracia te deja investigar, que es casi en los ratos libres. El papeleo presenta tonalidades cromáticas dañinas para la creatividad. Si queremos que el talento crezca y explote debemos darle condiciones y medios para que su curiosidad crezca y pueda pensar profundamente.

Alberto Jiménez Schuhmacher es investigador ARAID en el IIS Aragón

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