¿La peor clase política?

Sostienen los más conspicuos analistas que el fútbol es la actividad que levanta más pasiones. Dúdese. ¿No es acaso más popular el hablar mal de los políticos? ¿Qué tema es más recurrente en cualquier conversación que poner a caer de un burro al presidente del Gobierno, al jefe de la oposición o al alcalde de tu ciudad? ¿O no es cierto que España se hunde por culpa de Pedro Sánchez? ¿Y no es menos verdad que en este país no se puede lograr ni un pacto por la irresponsabilidad de Alberto Núñez Feijóo?

Ya es casi un lugar común el asegurar que Sánchez sería capaz de vender a su madre a cambio de seguir en la Moncloa y que Feijóo haría lo mismo, si los ‘indepes’ se lo permitiesen. Al fin y al cabo, nada más efectivo para desacreditar el oficio político que esa renovada afición a jalear las pulsiones polarizadoras, para las que los de nuestra trinchera resultan ángeles y los de enfrente, auténticos demonios.

Es tal la inquina que se palpa en la calle contra la clase política que dan ganas de salir a defender la honradez y el trabajo silencioso de muchos dirigentes. Apetece llevar la contraria a la mayoría y recordar que, con todas sus miserias, no hay nada como esta democracia que nos permite poner y quitar a quienes nos gobiernan. No obstante, este ánimo bienintencionado se viene abajo cuando escuchas (esta misma semana en una entrevista televisiva) a Núñez Feijóo: «Tenemos la peor clase política de los últimos 45 años, incluido el PP».

Con resignación, cabe pensar que quizás tenga razón la ciudadanía cuando aborrece de los políticos. ¿Manipulan, defraudan, mienten y roban? Poco trabajo parece para tanto como cobran.