Ecosociedad en el arte

Ecosociedad en el arte
Ecosociedad en el arte
Heraldo

Tengo una inclinación casi obsesiva a rastrear la ecosociedad en todo. Tanto en la vida de cada día como en los mensajes del mundo de la política o del simple consumo; incluso en los informativos. 

Esta vocación resulta especial ante la creación artística. Las novelas tienen para mí un fondo ecosocial, que se muestra igualmente evidente cuando observo una pintura, o mejor una serie de creaciones. En este caso se encontraría Pieter Brueghel el Viejo, un pintor y grabador del renacimiento flamenco (siglo XVI) que capturó de tal forma escenas de la vida cotidiana que apetece sentirse en ellas. Sus paisajes cobran vida por las hechuras de los personajes, las faenas representadas de las diferentes estaciones, tan atrayentes como los juegos de niños. Además de admirar su destreza, hay que sumergirse en sus cuadros para interpretarlos desde dentro. Otros pintores hicieron algo similar pero siento debilidad por Brueghel.

Todo lo anterior me sirve para admirar la exposición que Ignacio Fortún exhibe actualmente en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Empezaré adaptando una cita que se encuentra en el catálogo, traída magníficamente por el amigo Adolfo Ayuso. Es una invitación a incluirse dentro de cada uno de los cuadros, para recibir caricias, a veces, otras, zarpazos. Unas y otros, en esta socioecología que tan visible me resulta, deben ayudar a preguntarnos sobre la presencia de cada cual en el mundo. El actual es extremadamente complejo; por lo que a veces huimos de su comprensión para no lastimarnos.

El catálogo de la exposición subyuga por la maestría de Fernando Lasheras para componer un conjunto, por las visiones que proporcionan varias personas. Pido disculpas a estas, y al pintor, por la parcial interpretación que aquí voy a desarrollar. Me centraré especialmente en los capítulos: I. La visita, IV. Hay un camino antiguo y V. El agua que nos lleva. Interaccionan la observación y el pensamiento durante una visita a la que quizás se llegó por caminos antiguos, entre los cuales exhibe su fuerza el agua.

Alguien apuntó que el paisaje ecosocial es el paradigma que debería unirnos: ¿o son esos senderos antiguos?

De corrido, casi sin pausa, nos adentramos en vericuetos inexplorados, no sé cómo nos irá y si seremos capaces de identificar el tiempo en la naturaleza. A veces nos encontraremos con cenizas húmedas, desiertos cercanos, crepúsculos en ciudad habitada. Nos saldrá a recibir el tiempo lento, nos hablarán los árboles, quizás nos sintamos visitantes extraños y no siempre encontremos las respuestas en esos territorios. Por allí o por aquí, algo sucedió. No sé si los lugares de consumo responden a las preguntas que uno lleva dentro. Ante una luz, la visita querría ser otra y puede que lo logre. En todo caso, como afirma Fortún, qué es una pintura cuando desconocemos lo que la rodea (¿ecosociedad?) y no indagamos en su historia.

Hay lugares que no responden, pero también componen un paisaje ecosocial. ¿No lo son los que se alquilan para el esparcimiento, sin entrar en ellos con devoción? Hay muchos finales y principios en un cuadro. Alguien apuntó que el paisaje ecosocial es el paradigma que debería unirnos; ¿o son esos senderos antiguos que han hecho historia personal o social?

El agua que nos lleva es un corredor de vida, ya sea ese canal que un azud creó o las variaciones de caudal, las crecidas extraordinarias del gran Ebro. Siempre hay luz en el agua, porque ilumina la vida ecosocial. Bosques de ribera que son vida más glamurosa que las espadañas de los carrizos del canal, o los lechos ocultos del Huerva. Cauces en silencio pero que sirven de encuentros en las orillas. Al final, dentro de la vida ecosocial siempre habrá largos recorridos. Como el que pienso que nos propone con maestría Fortún; debería hablarlo con él.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Carmelo Marcén en HERALDO)

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